TAREA PENDIENTE. En lo económico, el Perú es uno de los países con mejores resultados en América Latina. En lo social, sería complicado establecer alguna comparación pues los datos agregados esconden una realidad que, si bien ha estado mejorando, es tan preocupante en la lentitud de los avances que la percepción general es de una parálisis casi total. Es por ello que datos como la pobreza monetaria no sirven para medir la calidad de vida de la población, sobre todo en el ámbito rural.Otros indicadores son más reveladores. Por ejemplo, el 62.5% de los hogares rurales no cuenta con agua potable, el 56.1% no tiene servicios higiénicos y el 35.8% por ciento carece de electricidad. Además de ser porcentajes alarmantemente elevados, en los dos primeros casos se trata de deterioros respecto del año previo (según el INEI para el 2010 y 2011). ¿Es posible que en un país que lleva catorce años creciendo, más de la mitad de sus hogares en el campo no disponga de agua o que más de la tercera parte se alumbre con velas o mecheros?Un problema estructural de la política social del Estado peruano es la falta de capacidad de gasto, y los casos abundan. Aquí una muestra: solo se ha ejecutado el 25% del presupuesto asignado a programas para la primera infancia. El principal obstáculo en este sentido es la escasez de profesionales capacitados en estos programas y, por supuesto, la politización que carcome sus estructuras -que provocó la desactivación del Pronaa- y que impide establecer y ejecutar planes de acción estructurados.Es por ello que la mayor dificultad no es la ineficiencia del gasto sino la institucionalidad -o mejor dicho, la falta de ella– de la política social. Hay un nuevo ministerio que está reestructurando algunos programas, pero al parecer en el resto de entidades públicas no existe ninguna voluntad de cambio. No basta con construir hospitales si no se presta atención en mejorar la atención al público, ni tampoco es suficiente con rebautizar a los colegios como "instituciones educativas" si la calidad de la educación sigue siendo paupérrima. Sin una visión clara ni técnicos que asuman la responsabilidad, sin dejarse influenciar por presiones políticas, los esfuerzos por modernizar el gasto social no darán frutos.