CORTOCIRCUITO
2 de julio de 2012

Trascendió en los últimos días que el sector que dirige el ministro Castilla estaría "empeñado en modernizar" Electro-Perú abriéndolo al capital privado. De concretarse estas intenciones, hay mucho por celebrar. Y la celebración sería a lo grande si, pronto, el Gobierno tomara la decisión de retirarse de este sector por completo, pues, como hemos explicado varias veces en esta página con otros ejemplos, este es el primer paso para "modernizar" las empresas públicas.¿Por qué?, se preguntarán muchos defensores de la "soberanía nacional". Pues por la sencilla razón de que los políticos de quienes dependen en última instancia las empresas del Estado no se juegan en ellas su propio dinero, sino el ajeno. Y esto es lo que, a su vez, lleva a que en vez de preocuparse por abaratar costos, maximizar ganancias y llegar a la mayor cantidad posible de clientes, tiendan a convertirse en organizaciones ineficientes y deficitarias.Esto no es una simple especulación teórica. Los peruanos, desgraciadamente, tuvimos la mala suerte de comprobarlo empíricamente en nuestro propio país. Entre 1968 y 1990 (año del inicio de las privatizaciones), las empresas estatales habían perdido más de US$7000 millones (24% del PBI de 1990) por mala gestión. ¿Y quién pagó esa cuenta? Todos, a través de nuestros impuestos.El sector eléctrico, en buena hora, pasó por un proceso de reforma en el que se logró la privatización de buena parte de las empresas estatales. Y los buenos resultados no se hicieron esperar. Justo antes del momento en que empezaron las privatizaciones en este sector las empresas de distribución eléctrica perdían más del 20% de lo que distribuían. Hoy las privadas pierden 7% aproximadamente, lo que, según cálculos del Instituto Peruano de Economía, estaría cercano a los estándares internacionales. Es decir, hoy hay más energía disponible.La cantidad de personas a la que llega la electricidad también ha aumentado considerablemente. En todo el país, en 1992 menos del 55% de la población tenía acceso a electricidad y para el 2011 esta cifra ya había llegado aproximadamente al 82%.Los consumidores, asimismo, se han beneficiado con reducción de tarifas: entre 1994 y el 2011 estas cayeron más de 10% (a diferencias de lo que sucede con el agua, sector aún en manos estatales y en el que las tarifas casi se han duplicado).Toda iniciativa que profundice estas reformas, por eso, debe ser bienvenida, especialmente porque es indispensable que la electricidad llegue a las mejores tarifas posibles al 12% de peruanos de cuyas vidas aún no forma parte. Ellos, que viven en las zonas más lejanas y olvidadas del Perú, seguirán condenados a vivir como en el medioevo mientras esto no suceda. Seguirán pasando hambre porque no tienen cómo congelar comida o refrigerar la leche de sus hijos quienes, además, continuarán forzados a estudiar a la luz de una vela. No se liberarán de sus arcaicos métodos de producción al no poder usar máquinas eléctricas. Y seguirán viendo cómo a lo lejos, en lugares donde sí hay electrificación, llegan industrias que traen trabajos y mejores oportunidades de vida al resto de peruanos.El Gobierno debe tener como objetivo que la electricidad no sea un concepto ajeno a ningún peruano. Y, para esa política de inclusión, un primer paso es terminar de privatizar las empresas estatales de este rubro (lo cual puede ser acompañado del esquema más conveniente de subsidio cruzado temporal para las zonas más pobres). Quienes creen que existen “sectores estratégicos” de la economía que el Estado debería manejar deberían despertar y revisar las cifras que muestran los beneficios de las privatizaciones. Deben darse cuenta de que hoy lo estratégico para el país es que nadie sea excluido, lo que naturalmente pasa por lograr que llegue a todos la infraestructura necesaria para que cualquier peruano trabajador pueda salir adelante por sí solo. Mientras no emponderemos de esta forma a todos nuestros compatriotas, parte de la población seguirá siendo presa fácil de populistas y extremistas, el Perú no pasará de ser una democracia precaria y la red de riqueza que hemos logrado construir en estas últimas décadas se mantendrá en riesgo de, cualquier día, hacer cortocircuito.