CRISIS DE CONFIANZA
27 de junio de 2012

Entre las cosas más resaltantes que tienen en común Conga y Espinar figura esta: en ambos casos preexistía al conflicto la palabra del Estado, asegurando que no existía daño ambiental. En Conga esta palabra tenía la forma de la aprobación de un Estudio de Impacto Ambiental (EIA) que mostraba que luego del trasvase de las lagunas a reservorios habría más (tres veces más) agua, y de mucho mejor calidad, en la cuenca. En Espinar, por su parte, solo entre el 2008 y el 2010 se dieron 8 monitoreos ambientales participativos que concluían que Xstrata no estaba contaminando. En ambos casos las certificaciones estatales no sirvieron para nada. Los más pobres de los argumentos bastaron las dos veces para convencer a miles de personas de que la verdad era exactamente lo contrario a lo que el Estado decía. En el caso de Espinar, lo que incendió la pradera fue un informe que no había sido hecho sobre la mina de Xstrata, que recogía presencias de metales con los que esta no trabaja (como el mercurio y el arsénico) y que encontraba también estas presencias en zonas que nada tienen que hacer con su área de influencia ecológica, además de precisar que las mismas tenían muchas veces un origen natural. En Conga, por su parte, ni siquiera fue necesario manipular algo parecido a un informe. Bastaron afirmaciones como, por ejemplo, las del presidente regional, quien declaró que era "imposible" trasvasar exitosamente las lagunas porque eso supondría ponerse "al nivel de Dios".Por otra parte, el mismo Estado fue tan consciente de la desconfianza que suscitaba que ni intentó sostener como algo serio a sus certificaciones. En Conga dejó en nada la aprobación que había dado al EIA y, aún luego de que el peritaje internacional dijese que este había sido bien hecho, pasó a exigir a la minera una serie de arbitrariedades (como contratar casi el doble de empleados de los que necesita o beneficiar directamente a todas las provincias de Cajamarca), dando así el implícito mensaje, contra el peritaje y contra cualquier prueba, de que tanto la minera como el Estado habían estado en falta en primer lugar. En Espinar, por su parte, acabó por sentarse a negociar, con gran aplauso de quienes llamarían "diálogo democrático" al que se tiene con un secuestrador, con el súbitamente rehabilitado alcalde que había maniobrado con el antes citado informe y dirigido - y transportado - una "protesta" con molotovs, al tiempo que, tras el telón ambiental, exigía a la mina que empezase a depositar directamente a la cuenta de un comité, que presidiría él, el 30% de sus utilidades.Naturalmente, no sostenemos que estas tristes salidas eran las únicas que quedaban al Estado ante la crisis de confianza que sufre en tan amplios sectores de la población campesina (que es la de las zonas mineras). En ningún caso se ha debido de legitimar a los evidentes y malintencionados manipuladores que han dirigido las protestas - y la violencia-. Pero sí reconocemos que se hace mucho más difícil no negociar con ellos cuando logran poner detrás de sí a miles de campesinos a los que convencen de que el Estado los está engañando y de que la minera está ahí para llevarse las riquezas de la zona, sin dejar nada a cambio, al tiempo que envenena a sus hijos, sus tierras y sus ganados.Si alguna vez el Estado va a lograr desactivar estos conflictos, tiene que partir por desactivar la desconfianza de la que se valen los líderes antisistema para sembrarlos. Ello pasa, desde luego, por tomar una acción directa, como lo hemos venido proponiendo, para que los beneficios que deja la minería lleguen, pese a la ineficiencia de gobiernos regionales y locales, a mayores sectores de la población campesina (empoderándolos, más concretamente, en tanto que productores agrícolas). Pero pasa también por un tipo de acción más personal e incluso más importante: por convencer, antes de que lo hagan los radicales. Es decir, por que el aparato estatal - incluyendo a los ministros y también al presidente- viaje sistemáticamente por el país a explicar, a dialogar (ahí sí), a resolver dudas, a despejar mitos y a, en fin, hacer algo para lo que no existe sustituto cuando se trata de crear confianza: dar la cara a tiempo.

  • [El Comercio,Pág. A 20]
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