Son muchos quienes no entienden cómo, en un país cuya velocidad de crecimiento es tan elogiada por el mundo desarrollado, aparecen voces radicales que, a la par que coordinan movilizaciones violentas, exigen a coro que se abandone el modelo económico puesto en práctica, aunque con un período de severa contramarcha en el segundo gobierno de Fujimori, desde hace ya veinte años. Es como si, a fines de los 60, los líderes de izquierda que hoy ocupan las primeras planas hubiesen corrido la suerte de Rip Van Winkle: amodorrados, se sentaron a la sombra de un árbol y recién hace poco abrieron los ojos, perdiéndose todo lo que sucedió mientras dormían.A ver si podemos ayudarlos a ponerse al día. Mientras soñaban, las políticas estatistas que hoy reclaman a pedradas fueron puestas en práctica por la dictadura de Velasco y continuadas por los gobiernos de Belaunde y García. La mayoría de actividades económicas se nacionalizaron, se ahuyentó a las empresas extranjeras, el gobierno se encargó de controlar los precios y se limitó drásticamente el comercio internacional. Con ello, la creación de riqueza se estancó y la pobreza, que en 1970 alcanzaba al 35% de peruanos, aumentó hasta comprender a una abrumadora mayoría de nuestros compatriotas en 1991.Después de este dramático retroceso, sin embargo, se implementó en el Perú una serie de reformas para fomentar la inversión privada y liberalizar los mercados. Luego de dos décadas, los resultados son abrumadores. Desde ya hace buen tiempo, por cada punto porcentual de crecimiento del PBI, la pobreza cae poco más de 0,5 puntos. Gracias a esto, como confirma un reciente informe del INEI, el Perú ha experimentado un progreso milagroso: desde el 2007 hasta el 2011 la pobreza se redujo del 42% al 28%, y solo el año pasado 785 mil peruanos dejaron de ser pobres. Y fue solo hace poco tiempo que pudimos retomar los niveles de producto por persona que teníamos al comenzar los setenta. Hemos podido, finalmente, generar el impulso suficiente para escapar del oscuro pozo al que nos lanzó el estatismo.El informe del INEI, sin embargo, no solo trajo buenas noticias. A pesar de todo lo avanzado, más de 8 millones de peruanos siguen siendo pobres, dentro de los cuales 1,9 millones se encuentran en pobreza extrema. Ellos se concentran, principalmente, en Apurímac, Cajamarca, Huancavelica, Huánuco y Ayacucho.En las zonas más pobres, no obstante, cuando la inversión y el mercado han podido llegar, la vida de sus habitantes ha mejorado. El mejor ejemplo es aquella minería con la que quieren terminar las voces radicales y que se desarrolla, precisamente, en varias de las zonas más alejadas del país. La minería, según Macroconsult, ha evitado que 2 millones de personas se encuentren en situación de pobreza. Además, los hogares de distritos mineros comparados con los no mineros tienen menores tasas de analfabetismo y desnutrición infantil, mayor esperanza de vida e ingresos superiores en casi 36%.El problema de las zonas más pobres y alejadas es lo poco que ha hecho el Estado para facilitar que lleguen a ellas el comercio y la inversión, y para construir las capacidades humanas que permiten que la gente salga adelante por sí misma. La brecha de infraestructura que impide acercar a las zonas más lejanas del Perú al mercado es aún enorme, como lo evidencia el Reporte de Competitividad Global, que ubica a nuestro país en el puesto 105 de 142 en calidad de infraestructura. El fracaso estatal, asimismo, es manifiesto en los sistemas educativos necesarios para que la gente progrese, como demuestra el mencionado ránking que, entre los 142 países, coloca al nuestro en el deshonroso puesto 135 en calidad de educación primaria.Este fracaso es más escandaloso aun al notar que el Estado tiene recursos en sus manos y no los usa. Durante el 2011, las mencionadas cinco regiones en las que se concentra la pobreza en el Perú solo ejecutaron entre el 45% y el 64% del dinero proveniente del canon, sobrecanon, regalías, rentas de aduanas y participaciones.¿Por qué los radicales, entonces, no protestan contra el Estado? Pues, porque entonces estarían a ambos lados de la mesa de reclamos. Santos se comporta como si el gobierno de Cajamarca no hubiese dejado en caja sin gastar la escandalosa cifra de S/.1.230 millones en los últimos cinco años. ¿Cuándo antes tuvo Cajamarca este tamaño de recursos disponibles? Y el señor Mollohuanca prefiere obviar que su municipio no tuvo problemas en devolver S/.66 millones sin ejecutar el año anterior, a pesar de que en su distrito la gente no tiene agua más de tres horas diarias.Es urgente que el presidente Humala, como dijimos ayer, logre que el Estado llegue a todas las zonas olvidadas. Si no, parafraseando la canción, seguirán los Aranas, Santos y Mollohuancas, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.(Edición domingo).