Bienvenida la inversión privada. Ese debe ser el lema en cada punto de paso en nuestras fronteras, porque de la inversión privada dependerá que el motor del desarrollo económico continúe encendido. Sin embargo, esta inversión debe cumplir una serie de requisitos: transparencia, responsabilidad y sostenibilidad, son algunos de ellos. El gasoducto y el polo petroquímico del sur constituyen una unidad de negocio, pues el uno depende del otro. Quienes piensan que el ducto se construye sólo para llevar el gas natural a los pueblo del sur, se equivocan, pues la demanda actual y futura, así se industrialice toda la macrorregión, resulta ínfima. Por ello, es necesario que el gasoducto requiera de un polo petroquímico, que justifique los altos niveles de inversión. Claro, previamente certificando que primero, existan los 6 TCF de reservas de gas, que todo parece indicar existen en la cuenca amazónica peruana; y, en segundo lugar el mercado internacional para los derivados de la industrialización del gas (etano). En resumen, éste al igual que Camisea, es un proyecto de exportación. Por ello, y para no cometer los mismos errores del Contrato de Camisea, que casi origina la frustración del proyecto, es necesario que el gobierno de Ollanta Humala transparente el naciente negocio del gas en el sur. ¿Bajo qué condiciones Odebrecht y Braskem liderarán el proyecto de gasoducto y polo petroquímico? ¿Cuáles serán sus compromisos? ¿Por qué no se convoca a una licitación internacional? No dudamos de los legítimos intereses de ambas firmas, pero justamente para borrar cualquier mancha o duda en el proceso las cosas deben quedar claras, antes de que el Estado suelte un dólar de garantía en el proyecto.