POLÍTICA DE ESTADO
3 de noviembre de 2005

La relación entre el Perú y Chile ha ingresado en estos días a su peor momento en lo que va del período en el que han coincidido los gobiernos de Alejandro Toledo y Ricardo Lagos.Habiendo existido, al inicio de ambos regímenes, las condiciones propicias para el establecimiento de una vinculación mutuamente provechosa, la relación bilateral se vio empañada por frecuentes escaramuzas políticas, diplomáticas, comerciales y judiciales.Por ello, no debería extrañar que, cuando ambos gobiernos se acercan a su final, la relación se haya deteriorado al punto que, a diferencia de las ocasiones anteriores, esta vez la legítima decisión del Perú de fijar una línea de base para establecer los límites marítimos, haya producido una reacción arrogante e inaceptable del gobierno chileno, y que en Santiago se deslicen, cuando está por culminar la campaña electoral en ese país, recuentos del armamento disponible que, obviamente, aluden a la eventualidad de un conflicto militar. Esto último marca la diferencia entre el actual impasse y los otros que se presentaron durante el último lustro. El Perú tiene razón en su planteamiento de que está pendiente la delimitación marítima con Chile -lo que este país no acepta-, así como en la necesidad de que esta controversia se resuelva de un modo bilateral y, si esto no es posible, en un foro internacional como el Tribunal de La Haya.Se puede observar la oportunidad del planteamiento peruano por la coincidencia con un período electoral en ambos países, pero este reparo pierde relevancia ante la evolución de los hechos, lo cual demanda que, como es indispensable en los asuntos de política exterior, se forje una posición común que apunte, con prudencia e inteligencia, a la firme defensa del interés nacional así como a la construcción, con una perspectiva de largo plazo, de una vecindad mutuamente beneficiosa, señala el director de Perú 21, Augusto Álvarez Rodrich.