Daniel Abugattás está preocupado por la legitimidad del Congreso, por su escasa capacidad de representar y su floja conexión con la población. Para resolver esos problemas no se le ocurre mejor idea que convertir al Legislativo en ¡Ejecutivo! Ha contratado a un ejército de ‘gestores’ para que ayuden a los distritos pobres a formular proyectos de inversión y a realizar trámites. O, en una vertiente perversa, para que realicen activismo político contra inversiones privadas en minería o energía, algo que intentó el jefe del programa en Chilca. Podría haber, detrás de esta solución, algo de envidia institucional. En un país en el que casi todo está por hacer, naturalmente el ‘Ejecutivo’ es el Dios. Y el Parlamento, que no ‘hace’ ni construye, sino discute, es un zángano. De esa imagen se aprovechó Fujimori para cerrar el Congreso y para construir un superejecutivo sin controles y personalizado en él, en relación directa con la población. El sueño del político. El sueño, acaso, de Abugattás. Para prevenir esa tentación congénita por concentrar y abusar del poder, se inventó la democracia liberal, que es un sistema diseñado para poner límites al poder. Pero vemos que este señor no se contiene en sus límites. No respeta la división de poderes o no la entiende –da lo mismo– y quisiera usurpar funciones del Ejecutivo. ¿Alguien así puede presidir el Congreso? No es de extrañar, entonces, su admiración por Cuba, el paraíso del poder absoluto. Su imagen de la revolución es idílica. Cree que es un modelo para América Latina. Lo que quiere Abugattás es tener poder efectivo. No se halla en el Congreso. Quizá desee ser primer ministro, y desfoga su pulsión creando ‘gestores’. Pero, si llegara a primer ministro, descubriría que, como reacción al fujimorato, hasta el Ejecutivo ha sido desarmado. El poder se ha descentralizado y ha caído en manos de políticos regionales y locales que no responden a nadie porque no hay partidos ni tampoco burguesías locales contribuyentes. ¿Qué haría entonces, una vez en el cargo de primer ministro? Una incógnita que sería mejor no tratar de despejar. No cabe duda de que hay que recentralizar algunas funciones y devolverle poder ejecutivo al Ejecutivo. Es cierto. Pero no al Congreso. Si Abugattás quiere realmente mejorar la relación del Congreso con la población, hay otras vías. Por ejemplo, pasar a un sistema de distritos unipersonales, en los que, por definición, habrá una relación más cercana entre el congresista y su base electoral, porque la circunscripción será más pequeña y será posible una relación cara a cara que le permita al representante conocer y canalizar las demandas. Sistema que, de paso, ayudaría a reconstruir unos pocos partidos y atenuar así la atomización política. Escribe Jaime de Althaus.