ADIÓS, LENIN
31 de enero de 2012

El comportamiento en los últimos días de varios de los más destacados líderes de nuestra izquierda tradicional ha vuelto a demostrar hasta qué punto esta lleva décadas anquilosada, impermeable a lo que la realidad ha probado incesantemente e incapaz, por consiguiente, de aportar algo al debate público nacional. Parándose al otro lado de un Berlín que ya no existe, la izquierda presiona para que Gana Perú retome su inviable primer programa de gobierno, propone aliarse con figuras como Gregorio Santos y exige la renuncia de los dos funcionarios cuya ratificación detuvo la severa parálisis de inversiones que se había iniciado con la campaña y que, de hecho, hasta la fecha no hemos logrado revertir del todo. Exactamente igual a un médico que hoy propusiese la aplicación de sanguijuelas para curar la hepatitis, nuestros izquierdistas insisten en recetas como incrementar la rigidez laboral, imponer restricciones a los tamaños de la propiedad y aumentar las empresas públicas para combatir la pobreza. El desfase de nuestra izquierda no ha ocurrido solo respecto de la Historia. Es también evidente cuando se la compara con la gran mayoría de sus pares internacionales, incluyendo a los que solían ser los más extremos. El Partido Comunista Chino lleva décadas impulsando una liberalización de la economía que ha sacado ya a 600 millones de la pobreza, y tiene una diplomacia que busca por sobre todo que China sea reconocida como economía de mercado por la Organización Mundial de Comercio. Hasta los hermanos Castro están realizando una “profundización del socialismo” en su monarquía que consiste, básicamente, en permitir crecientemente la propiedad privada, la libre contratación de trabajadores y la empresa privada. Este desfase de nuestra izquierda es una pérdida no solo para ella misma que, cuando se presenta sin un caudillo, no supera el 1,5 % de una población cada vez más beneficiada por el mercado. Es también una pérdida para el país. Lamentablemente, no tenemos una derecha liberal significativa, sino más bien conservadora y de tradición muchas veces mercantilista, que deja una serie de temas en los que la izquierda tendría que jugar un rol clave. Por ejemplo, en el planteamiento del debate en torno de los derechos sociales, como lo han hecho sus pares en el mundo desarrollado. El Partido Socialista de Portugal fue el que implementó la despenalización del consumo de drogas para los consumidores. El PSOE español hizo muchísimo por el avance de la igualdad de la mujer. La izquierda chilena fue el que liberalizó el divorcio y planteó la igualdad de derechos para la tenencia de los hijos entre el padre y la madre. También en otros temas. Por ejemplo, velando por la incorporación de criterios de eficiencia en los programas sociales, como la izquierda colombiana, que incorporó los cupones a la educación pública para que los padres puedan escoger libremente entre colegios estatales, haciéndolos competir entre ellos. El Perú, en fin, necesita una izquierda moderna que le aporte y no esta especie de alma en pena que, escapada de bajo los escombros del muro, se pasea, a la mejor manera de los fantasmas de los castillos ingleses, repitiendo fórmulas retrógradas y que, para mal de todos, parece no poder diferenciar la línea que separa la persistencia de la necedad.