El Congreso no ha aprendido la lección. De otra manera no se explica su particular resistencia a la aprobación del proyecto que exige que los futuros candidatos a una curul presenten una hoja de vida para acreditar lo elemental: solvencia profesional y ética.Aprobar esta propuesta no es solo cuestión de honestidad política. El 97% de los ciudadanos, según las encuestas, la reclama como una obligación. ¿Puede entonces el Parlamento ignorar un clamor de esta magnitud?El debate realizado el viernes último ha sido simplemente vergonzoso. Congresistas con problemas judiciales y vinculados a escándalos --como no-- fueron los primeros en cuestionar burdamente la necesidad de un currículo pormenorizado de estudios, experiencia laboral y trayectoria política, que incluya además la relación de sentencias condenatorias por delito doloso que no hayan sido apeladas.Es decir, una biografía detallada que por lo menos permita a los electores saber quién es quién y no equivocarse otra vez. ¡Cuántas vergüenzas frente al mundo nos habríamos evitado si esta hoja de vida hubiese sido exigida hace cinco años! Se trata, después de todo, de cumplir con un requisito elemental que le es exigido a cualquier ciudadano cuando opta a un puesto de trabajo. Pero, nada de eso. Un numeroso grupo de congresistas se siente por encima de los demás ciudadanos. Lejos de ponerse de acuerdo, de aprobar contritos la vigencia de esta valla moral o en su defecto de rechazarla con fundamentos, algunos han recurrido al fácil expediente de descalificarla e incluso catalogarla de discriminatoria y de responder a las presiones del periodismo.¡Claro que la prensa presiona! Esa es una de sus misiones: exigir los derechos de los ciudadanos frente a quienes usan su poder para anteponer sus intereses personales a los del país.Hay que saludar las propuestas defendidas por algunos congresistas para hacer más exigente la presentación de la hoja de vida. Por ejemplo, para incluir la obligación de los candidatos de revelar sus relaciones familiares, contractuales y laborales. Después de todo, como hemos señalado en esta columna, no hay motivos para pensar que alguien que no haya respetado sus obligaciones con su entorno más cercano --familiares, socios y empleados-- no lo vaya a hacer con la colectividad general.De lo que se trata es de dar muestras de transparencia, de pensar en el elector y de que cada precandidato al Congreso acredite que está realmente apto para participar en la contienda electoral. Es burda la disculpa dada por los parlamentarios que se oponen a la hoja de vida, de que se busca frenar candidaturas. Quien nada ha hecho, nada teme. Y si alguien ha incurrido en alguna inmoralidad, que los electores la conozcan o no se lance como congresista.Señores, el país observa y medita. Y lo que está viendo no le satisface. Por ello, más valdría que este Parlamento, en lugar de archivar el proyecto de la hoja de vida o mandarla de regreso a la Comisión de Constitución por segunda vez, la apruebe sin mayor dilación. Así por lo menos podría reducir su vergonzoso índice de credibilidad y respondería al pedido de ciudadanos que incluso exigen a los futuros congresistas un récord de antecedentes penales.(Edición domingo).