Los peruanos adoramos nuestro medio ambiente. Nos encanta que sea limpio, pulcro, silencioso, filtrado, respetuoso de la condición humana y de la ecología universal. Queremos un ambiente sin basurales en las esquinas y sin botellas en las playas, ¿no? A los peruanos nos gusta tanto cuidar el medio ambiente que un tercio de nuestra población vive a orillas de esa gigantesca porquería llamada río Rímac, al que la huachafería heredada de Ricardo Palma ha bautizado como el río hablador. (Si el pobre pudiera hablar, sin duda nos contaría sobre las docenas de industrias, negocios, curtiembres, papeleras, antiguas relaveras y fábricas de cualquier cosa que viven arrojando todas sus excretas al pobre río, sin la menor piedad, y que lo han convertido en el que probablemente sea el más contaminado del planeta, o en empate con algún río chino).Amamos de tal manera la ecología que hemos expulsado, prácticamente a patadas, de la vecindad de los Pantanos de Villa, a una empresa moderna y una fábrica modelo en procesos industriales escrupulosos "creándonos de paso un magnífico conflicto internacional", para que los pajaritos puedan acuatizar tranquilos, hacer su kaka y reproducirse sin que los fideos los estorben.Cuidamos tanto a las aves del cielo y sus migraciones, que no nos importa ninguna de las fábricas de pinturas, solventes, productos químicos, etc. que sin respetar los límites permisibles, ni los procesos industriales inocuos, ni la kaka de las aves, sí pueden contaminar los Pantanos fuera de todo control. A los Pantanos de Villa sólo les falta alguna fábrica de harina de pescado. (Si no eres chileno, ¡tú sí puedes!). Nuestra devoción ecológica nos ha enseñado que el ruido es un contaminante perjudicial y estresante; que las sociedades civilizadas lo proscriben; que hasta a los aviones se les obliga a usar silenciadores. Y es por eso también que aunque esté prohibido por el Código del Medio Ambiente (ley de la República) y media docena de resoluciones municipales, cualquiera puede instalar una maldita alarma en su carro y hacer toda la bulla que le dé la gana, especialmente de noche. Cualquiera que no sea ni ambulancia, ni policía, ni bombero, que son los únicos autorizados a alarmas y sirenas. Como están prohibidas, todos pueden usarlas y reventarle la vida a una manzana entera a las tres de la madrugada. Amamos tanto la protección del medio que parecemos medio-idiotas. Nuestro amado Congreso de la República ha preparado un nuevo y formidable mamotreto, para publicarse en El Peruano -para nada más servirá-, llamado Ley General del Ambiente. Como las anteriores no eran "generales", jamás se cumplió ninguna.La nueva generala será mucho más inaplicable que las anteriores. Está pensada para un país mítico en que no se trabaja, no hay industria, ni agricultura, ni minería. Las exigencias son a tal escala que nadie podría cumplirlas. Tampoco en Alemania, Canadá o Suecia. La agricultura, la minería y el transporte público simplemente cierran.La otra ventaja es que el proyecto es violatorio de un principio fundamental del Derecho: "la carga de la prueba". ¿Sabrán los astutos legisladores que la inocencia se presume? El que tiene que probar es el acusador. Pero en este proyecto medio-idiota es al revés: el acusador (el cura Marcos Arana, la Oxfam, Grufides o cualquier otro enemigo del desarrollo) simplemente acusa, muerto de risa. El acusado tiene que probar que no es verdad, que la acusación es calumniosa o falsa. Retrocedemos hasta antes de inventarse el Derecho Romano. ¿Está listo el Tribunal Constitucional para recibir este parto inservible?, señala Luis Rey de Castro.