El mito con el que se gana una elección no debe ser el que oriente la futura gestión pública, salvo en términos muy generales. El presidente electo parece haberlo entendido así, pues la conformación de su primer Gabinete indicaría que quiere aprovechar las altas tasas de crecimiento que ofrece el modelo económico para mejorar la redistribución de la riqueza. Pero es importante terminar de desmontar el mito, porque la solución de la enfermedad depende de que el diagnóstico sea acertado. No es que el modelo, si bien permite un crecimiento acelerado, no sea inclusivo. Lo es. El crecimiento de los últimos 20 años ha integrado el interior, ha generado empleo formal en el medio rural y una clase media emergente en las ciudades. Quien no incluye es el Estado: la corrupción creciente, la ineficiencia, los trámites, las leyes laborales, todo conspira para excluir a la gente de la formalidad o de servicios públicos presentes y eficientes. La revolución, en el Perú, hay que hacerla en el Estado. Por eso, es interesante el nombramiento de Luis Miguel Castilla en el Ministerio de Economía, pues, como viceministro de Hacienda, dirigió las reformas del gasto que el MEF está llevando a cabo (presupuesto por resultados, gestión y recaudación en los gobiernos locales, etc.), que habría que profundizar decididamente para pasar de un Estado en el que se favorece a los allegados y se atiende a los que pagan por lo bajo, a uno en el que se ingrese y ascienda por méritos profesionales y se programe, gestione y premie por metas y resultados. Es la única manera de desterrar la ineficiencia y la corrupción y que la gente se sienta bien servida. Pero aquí viene el otro problema, pues para eso se requiere una ciudadanía contribuyente y vigilante, no una convertida en clientela universal de programas asistencialistas, que es lo que sigue pretendiendo el gobierno que viene. La inclusión debe ser en la producción, en el empleo, en la propiedad, no en programas distributivos que solo sirven para adormecer el impulso de superación y acostumbrarse a depender de la ayuda estatal y no del propio esfuerzo. Es la corrupción de la voluntad, primer paso para conseguir luego la sumisión política vía el agradecimiento por la dádiva entregada.Cuidado. Es muy temprano para matar el espíritu de progreso. Necesitamos ciudadanos, no súbditos. Tampoco se trata de decir: nuestro crecimiento depende demasiado de la minería, promovamos otros sectores. La minería no crece –decrece– hace cuatro años. Más bien las exportaciones no tradicionales han avanzado, en volumen, mucho más rápidamente que las tradicionales y tenemos ahora una industria más fuerte y competitiva que antes. Nuevamente, no necesitamos proteccionismos, menos aun desalentar la inversión minera, sino liberar la iniciativa individual, señala Jaime de Althaus.