LA INTOLERANCIA Y LA POLARIZACIÓN
13 de mayo de 2011

Los insultos y los golpes como respuesta a los argumentos o el silencio autoimpuesto en una reunión para no sufrir la represión inquisitorial del grupo son manifestaciones del alto nivel de intolerancia que se ha instalado en la segunda vuelta electoral. Es cierto que reaccionamos con los reflejos de la vieja cultura premoderna, señorial, acostumbrada a la imposición más que al intercambio racional, que calza y se potencia perfectamente con los rezagos de la cultura marxista, reencarnada en los métodos chavistas de presión de masas. Pero en esta ocasión hay otras particularidades.Para comenzar, la polarización no se da entre clases sociales, sino principalmente dentro de las clases altas y medias, dentro de los sectores A, B y parte del C. Es decir, entre aquellos que ya habían logrado conquistar una situación relativamente estable o en vías de mejoría, para los que temas básicos como el modelo económico y la democracia ya no estaban en cuestión y que, de pronto, perciben que lo que creían seguro y daban por descontado, corre el peligro de perderse para retornar a las épocas aciagas de la crisis y la inviabilidad económica. Es casi una reacción de supervivencia frente a una opción que ya parecía formar parte del pasado y que reaparece como si no fuéramos capaces de aprender nada de la historia. Es la impotencia frente al destino fatal de la recaída luego de haber creído que habíamos conquistado ya el futuro. Sísifo redivivo. Pero resulta que el voto por la otra opción representa, para quienes aprecian el valor de la democracia liberal y la honestidad, convalidar los atropellos constitucionales y la sujeción de las instituciones y la prensa que, además, proveyeron la cobertura para el robo millonario. Tener que votar por esa opción entraña una forma de violencia moral que estalla también en las discusiones políticas. Esas dos situaciones límite -una que afectaría la supervivencia económica y otra la conciencia moral- son las que exasperan a las personas. Si el dilema se termina definiendo a favor de Keiko Fujimori, será porque más importante habrá sido el futuro que la condena moral al pasado.Pero en los sectores D y E no parece haber estos grados de polarización. Y la razón es que allí, en el fondo, la elección es entre dos versiones de Alberto Fujimori. Una encarnada, paradójicamente, en el propio Ollanta Humala, un militar que proyectaría la imagen de hombre fuerte y cercano que pondría orden y resolvería problemas en el terreno. Y la otra, en su hija, que recogería el legado de cercanía y acompañamiento en las tareas de desarrollo pero quizá no el de fuerza, diluido en su feminidad. Una vez más, los dos Perú, señala Jaime de Althaus.