El problema mayor del plan de gobierno de Humala es que propone cambiar lo que funciona bien -el modelo de crecimiento- por una mayor intervención de lo que funciona mal -el Estado-, en lugar de cambiar lo que funcional mal -el Estado- introduciéndole elementos de lo que funciona bien -competencia, meritocracia, mercado-. El resultado de tan desatinada política será que la economía dejará de crecer y el Estado será cada vez más ineficiente y corrupto, llevando al país a una situación límite que pondría en riesgo la propia democracia. Pero hay otro problema de fondo. Para consolidar precisamente nuestra frágil democracia y construir partidos políticos serios, necesitamos ciudadanos plenos. Es decir, personas dotadas no solo de un mínimo de ingresos y derechos, sino capaces de cumplir con sus obligaciones. Agentes libres y responsables. Y no es eso lo que tenemos cuando el 70% de los peruanos son informales. No son ciudadanos integrados al Estado, a la legalidad. Entonces, un objetivo central debería ser resolver esa exclusión básica. Pero las propuestas del plan de gobierno de Humala solo servirían para perpetuarla. En efecto, en lugar de ofrecer un complemento pensionario a los más pobres, se ofrece una pensión a todos los mayores de 65 años que no la tengan. Es decir, al 70% u 80% de los adultos mayores, la mayor parte de los cuales ni siquiera son pobres ni mucho menos pobres extremos. Es el perfecto incentivo para perpetuar la informalidad, pues, ¿para qué me voy a formalizar si el Estado me regalará pensión y me dará, además, un seguro de salud gratuito?Es un beneficio perverso. Pues, ¿quién va a decirle no a un regalo? Pero se mina el espíritu de autorrealización, la energía emergente. Y se corrompe la iniciativa individual. El verdadero interés del informal está no en recibir regalos, sino en salir de la informalidad, porque ella es una condición que, a la larga, impide el crecimiento individual y empresarial. Pero si la formalidad es muy cara y el informal carece, por definición, de "conciencia de clase", resulta fácil seducirlo con ofertas demagógicas difíciles de resistir. Puede convertirse en la masa del populismo clásico. Pero eso no ayuda a construir país ni mucho menos una base ciudadana plena, señala Jaime de Althaus. La diferencia básica entre ambos planes de gobierno es que uno regala beneficios que solo sirven para crear bolsones de clientes políticos, consolidando la informalidad y la dependencia de la ayuda del Estado, mientras el otro, más responsablemente, propone eliminar la informalidad reduciendo el costo de la formalidad, eliminando trabas estatales, mejorando la productividad de las personas y su capacidad de generar ingresos por sí mismas. Es decir, yendo a la raíz del problema.