Insistimos. El Perú no es una isla autosuficiente. Para bien o para mal, estamos inmersos en la globalización. Funcionamos en base a las probabilidades del mercado extranjero que nos vende y nos compra. Producimos muchísimo más materia prima de aquella que algún día pudiéramos industrializar, en la hipótesis de convertirnos en una economía del primer mundo. Desde metales a pescados, de alimentos básicos a productos agrícolas sofisticados -ese sector agrario a la que de puro pretensiosos llamamos agroindustria-. Generamos de todo y en todas las épocas del año. Los volúmenes son gigantescos. En otras palabras, si no fuera por la demanda internacional de todos los bienes que produce nuestro territorio, el Perú sucumbiría ante el atraso y la miseria. De manera que el comercio exterior resulta vital para nuestro desarrollo y lucha contra la pobreza. Bajo esta premisa, resulta inaudito que los candidatos a la presidencia sigan haciéndose los mudos ante un escenario tan complicado como el que se nos avecina: el escenario de la prolongada crisis mundial -EEUU y gran parte de Europa llevan ya dos años y medio entrampados en temas como el desempleo, el déficit fiscal y una monumental deuda interna y externa-, crisis reactivada esta vez por la falta -y consecuente carestía- de alimentos, así como por el estallido político producido en los países del mundo árabe que ha volatilizado el precio del petróleo. Es más, en medio de este terremoto financiero internacional, la mayoría de postulantes a palacio insiste en dispararle a la minería, la mayor fuente de ingresos tributarios del país fuera del IGV. Con una irresponsabilidad digna del impresentable Hugo Chávez -dicho sea de paso, su protegido, Humala, lo impone en su plan de gobierno-, anuncian que van a aplicar un tributo a las "sobreganancias" mineras. Hombre, primero hay que aclarar esto de "sobreganancia". ¿Quién decide cuándo el resultado de algún ejercicio económico tiene ganancia y cuándo ésta se convierte en "sobreganancia"? ¿De qué estamos hablando? ¿Acaso de la discrecionalidad política para tener con rienda corta no sólo a los mineros sino a todo el empresariado, amenazado con la cantaleta de un impuesto a las sobreganancias? Es decir, gravar al éxito. Por último, bajo ese criterio tendría que funcionar la utopía contraria, o sea la pérdida y la sobrepérdida, donde en este último caso el Estado estaría obligado a devolverle al empresario que caiga en esa realidad. Y en el caso de la minería es fácil que la estagnación mundial logree traerse abajo el precio de los minerales. Y allí sí que arde Troya, y a encender todas las alarmas en el Perú. En consecuencia es completamente surrealista y absurdo armar todo este cuento peligroso -en el preciso momento en que el planeta está en medio de una depresión financiera-, disparándole a la gallina de los huevos de oro que genera aquellas divisas que, a su vez mantienen andando -y en pleno crecimiento- esa economía que, al final del día, constituye el motor que reduce la pobreza. Claro que un tema como este -que implica amenazar a lo que los políticamente correctos llaman la gran minería- resulta muy glamoroso y oportuno para los fines electoreros de la mayoría de candidatos. Pero dice mal de nuestra clase política anteponer sus intereses a los del país, que sin duda puede quedar seriamente afectado ante la justa retracción de los inversionistas en minería.