Es una paradoja que los accidentes de aviación generen una espectacularidad noticiosa desbordante, que contrasta con la de los accidentes de tránsito. Ello, a pesar de que estos últimos, a la larga, causan muchos miles de muertos más que los primeros.Según la Dirección de Circulación Terrestre, entre 1990 y el 2000 se registraron 700 mil accidentes, que dejaron 31 mil muertos y 210 mil heridos; y para este año se proyectan 80 mil accidentes y unos 60 mil heridos. Detrás de esta patología mortal convergen desde la irresponsabilidad de las autoridades que permiten el desorden, la impunidad y la informalidad, hasta la falta de una cultura de respeto al pasajero y a las normas. ¿Qué hacer? Antes que nada hay que dejar en claro que el problema del transporte está íntimamente vinculado al de la seguridad ciudadana, dentro y fuera de las ciudades. Los asaltos, desgraciadamente, se han convertido en moneda común en las carreteras y en las urbes, a la espera de que el MTC y la Policía de Carreteras tomen cartas en el asunto.Luego, el tema de las revisiones técnicas resulta estrictamente necesario para garantizar la operatividad y la calidad de los vehículos, por lo que no se entienden las eternas postergaciones de su puesta en vigencia. Pero por sí solo, esto no es tampoco suficiente para resolver el grave problema.Lo último, en este sombrío panorama, es la revelación de que en Lima circulan cerca de diez mil taxis Tico sin autorización. ¿Y qué hace la municipalidad para hacer cumplir las normas? La responsabilidad es más grave aun si se sabe que muchos de estos vehículos son utilizados para asaltar y hasta violar a pasajeros.Como ya lo hemos señalado, las municipalidades, que son las primeras responsables, tienen que elaborar un plan integral de transporte que involucre al ministerio respectivo, a la Policía Nacional y a las autoridades judiciales para castigar a los infractores. Y este no solo debe incluir el ordenamiento, la semaforización, el retiro de los vehículos informales (taxis y combis), sino también poner las bases de una cultura de respeto a las normas y de severo castigo a quienes las infringen. No se trata solo de dar comodidad en el servicio sino de asegurar la integridad y la vida de quienes suben cotidianamente a un medio de transporte público.