El vicepresidente David Waisman no ha aprendido la lección. Nuevamente se enfrenta a su propio gobierno, restándole unidad y autoridad, con lo cual podría crear una nueva e innecesaria crisis.¿Y todo por qué? Pues porque, según su peculiar perspectiva, no lo dejan inaugurar obras y porque el presidente le presta más atención a su aliado Fernando Olivera --quien ni siquiera tiene un cargo público-- para negociar y atender los reclamos sociales.Más que ingenuidad, lo que parece haber en tal razonamiento es una gran dosis de ambición política. Y corresponde al presidente Toledo, a quien apuntan los dardos de Waisman, poner las cosas en su lugar, como jefe de Estado y cabeza de su partido.En primer lugar, el cargo de vicepresidente, según el ordenamiento constitucional, no conlleva funciones específicas, salvo ante la ausencia del presidente. No puede, entonces, Waisman reclamar lo que no le corresponde.Luego, es evidente su intención esquizofrénica con miras al próximo proceso electoral: por un lado, desmarcarse de un Gobierno que, a pesar de sus logros macroeconómicos, tiene una magra aceptación popular; por otro lado, quiere aprovechar las ventajas del mismo para ganar réditos políticos y electoreros, inaugurando obras y apareciendo como el solucionador de problemas gremiales y sociales, sin importarle las consecuencias fiscales de su actuación.Por supuesto que esta apreciación crítica sobre Waisman no significa que todo lo que haga el presidente Toledo esté bien. Si a Waisman hay que criticarlo por las razones mencionadas, al jefe del Estado debemos recordarle que fue a él a quien elegimos para gobernar. Por ello debe dejar en segundo plano los intereses de su alianza con el FIM y demostrar, con hechos, su confianza en el nuevo gabinete, que preside el doctor Kuczynski, quien debe ser el principal vocero del Gobierno en el último tramo del toledismo.