El Perú se ha convertido en un ejemplo claro de que la democracia, como sistema político, garantiza el crecimiento económico, dentro de un modelo social de mercado, con ejercicio pleno de la libertad y los derechos fundamentales inherentes a la persona humana. Tal es el andamiaje doctrinal e ideológico que ha defendido el presidente Alan García, tanto en su presentación en el Foro 2010 Inversiones en el Perú, como en la Cumbre sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU. Y lo ha hecho con suma convicción, lo que se entiende mejor si se compara esta administración con el primer gobierno aprista (1985-90), que postulaba principios doctrinales diametralmente opuestos. Los resultados los conocemos todos: la política estatista y socializante de los 80, que pergeñó absurdos experimentos de heterodoxia, controlismo y expropiación, nos llevó a la peor inflación de la historia, golpeó a la clase media y aumentó de modo desquiciante los niveles de pobreza y desesperanza. Hoy, en cambio, las agencias calificadoras de riesgo nos reconocen como el país con mayor crecimiento de América Latina y ponderan nuestra resistencia a la crisis internacional, junto con Chile y Colombia. En el otro extremo, tenemos a la dictadura cubana y al chavismo narcisista, que privilegian el estatismo populista y empobrecedor, la represión abusiva y el repudio al pluralismo y la libertad de expresión y opinión. En Cuba, el fracaso estrepitoso del sistema ha llevado al castrismo a aceptar inversiones europeas y últimamente a reducir la planilla estatal para permitir la instalación de negocios particulares. Y Venezuela solo sobrevive por el fabuloso ingreso de los petrodólares, lo que sin embargo, no ha podido desterrar la pobreza debido a la pésima gestión estatal. Encima, se amedrenta a la oposición democrática, que debe hacer arduos esfuerzos para abrirse paso y difundir su ideario en estos días previos a las importantes elecciones legislativas. En suma, es el Estado democrático, por contraposición a los regímenes autoritarios y totalitarios de cualquier signo ideológico, el más compatible con el progreso y el respeto a las libertades. Así lo puede exhibir al término de su segundo gobierno el presidente García, que sigue atrayendo a inversionistas, que compiten dentro de un sistema de reglas de juego claras, generan empleo y se abren cada vez más al desarrollo regional.