En poco más de un año, La Oroya empezó a desvanecerse. El pueblo metalúrgico de Junín se acostumbró por 88 años a que su economía girase alrededor de esta rentable actividad, desde que la planta de metal fue de la Cerro de Pasco Copper Corporation, luego de Centromín Perú y, por último, de la Doe Run Perú. Ese gran movimiento económico y comercial ha desaparecido. El pueblo ahora luce triste.Luego de que la empresa Doe Run suspendiera sus operaciones el año pasado, más del 70% de los 3.500 empleados que laboraban aquí han retornado a su lugar de origen o han viajado a otras ciudades para tener trabajos eventuales hasta que reabra el complejo. En tanto, los pocos que se quedaron viven el mismo drama de los pobladores: solo tienen ingresos para subsistir y se encuentran en medio de la incertidumbre.La actividad económica en general se ha paralizado. El escenario en La Oroya muestra los mercados cerrados y los bancos vacíos. Hasta hace más de un año en que se suspendieron las operaciones en el complejo, el 80% de los 67.700 habitantes de la ciudad se dedicaba a la actividad comercial. En la actualidad lo hacen menos del 30%, de aproximadamente 32 mil pobladores que han quedado. El resto emigró.