Lleve a sus hijos a la sección de dulces del supermercado, muéstreles un chocolate y dígales: "voy a hacer un referéndum para ver si aprueban la compra de este artículo". Luego coja un paquete de galletas y repita la pregunta y así sucesivamente.Usted esperaría que respondan "sí" a todas sus consultas, no solo por la escasa noción que tienen de sus limitaciones presupuestarias, sino porque para ellos cada pregunta será válida en sí misma. Es decir, si se les hace una consulta a la vez, no advertirán que cada decisión afecta a las siguientes, pues usted no dispone de fondos ilimitados. Este es el problema de los referendos: lleva a que las personas tomen decisiones unidimensionales y sin prestar mucha atención a las posibles repercusiones. El caso del Fonavi "por más válidas que resulten las expectativas de los afectados" es un ejemplo perfecto de ello.Desafortunadamente, si se ha llegado a este extremo es porque el Estado abdicó hace mucho tiempo de darle solución a un problema que, por su complejidad -y su autoría-, no cabía delegárselo a nadie, ni siquiera a los agraviados.