Han pasado diez años desde la Marcha de los Cuatro Suyos, movilización popular de gravitante papel en la recuperación de la democracia en nuestro país frente a la dictadura fujimorista. Ad portas de un triple proceso electoral, municipal, regional y nacional, y en vísperas de un nuevo aniversario patrio, resulta necesario no solo evocar aquel suceso, sino renovar nuestros compromisos con el Estado de derecho, la institucionalidad y la defensa de las libertades individuales para que la autocracia nunca más vuelva a instalarse en el Perú. Recordar lo sucedido en aquellos confusos, pero decisorios, 26, 27 y 28 de julio del 2000 debe contribuir a que las nuevas generaciones nunca olviden que las dictaduras son nefastas, porque traban la libertad de los pueblos y su desarrollo inclusivo. Aparentemente pueden facilitar el acceso al poder del autócrata de turno, pero también son el camino más largo para que este adquiera credibilidad, respeto y representatividad. La marcha, que tomó el nombre de los cuatro puntos cardinales del imperio inca, respondió al legítimo derecho que asiste a todo peruano de manifestar su disconformidad frente al abuso de poder. Incluso la Constitución en su artículo 46 garantiza el derecho a la insurgencia, frente a gobiernos usurpadores o a quienes asumen funciones públicas de manera espuria.