En aquella difícil búsqueda del Perú profundo, el Perú oficial quedó atrapado, primero, en el Perú informal y luego en el Perú bamba. Sin duda, el trasfondo de toda esta búsqueda inquietante ha sido el de la identidad, o el de las identidades, como se precisa ahora, y los peruanos no sabemos del todo de dónde venimos y adónde vamos. El reino del jirón Azángaro, en plena Lima, es quien manda. Nada es oficial. Lo oficial, incluso, hace tiempo que está mellado por falso, por reducido, por no representar a las mayorías. Las mayorías, más bien, se movilizan fuera de lo oficial, en aquellas migraciones que remecieron al país a partir de la segunda mitad del siglo pasado, por la emergente informalidad, por la arrolladora cultura bamba, en la medida en que lo bamba tiene el mismo y exacto valor que lo oficial. El Perú oficial se encuentra en retirada, avergonzado, debilitado, incluso, diría yo, sin piso. No es que haya cedido ante la arremetida revolucionaria. No. El Perú oficial no ha sido capaz de oficializar y legitimar la autoridad en un territorio dado y ha permitido crear las condiciones para que se lo sustituya a través de la falsificación de lo oficial. El jirón Azángaro no es otra cosa que la cara que pretende reemplazar la versión oficial de las cosas: los títulos, los grados, las propiedades, las querellas. De mano de la piratería, la cultura bamba revierte un orden (feo o injusto) sin la pretensión de reemplazarlo o modificarlo o mejorarlo. Simplemente es su falsificación, su parodia. Cada quien otorga valor a un documento determinado y lo pone en el mercado. Cada quien crea su firma. Las firmas falsas, los títulos falsos, los monederos falsos. El Perú podría ser, si debiéramos clasificarlo, un país bamba y pirata. Imagino que una cuestión así coloca las cosas en paréntesis. Nada es lo que es, todo puede ser, la duda y la desconfianza andan a la orden del día. De alguna manera, se trata de una realidad paralela y simultánea. Pero, sobre todo, se trata de una realidad que arremete contra la realidad oficial (la de los timbres y la de los sellos) a la que toma por asalto y pretende reemplazar. La cultura bamba es la que nos representa a cabalidad: una combinación explosiva hacia abajo, un trago cabeceado, unas medicinas sin control sanitario, unas universidades que no dan pie con bola, una bola que no encuentra el arco contrario. Bamba igual a falso. Una persona falsa, sin identidad, sin palabra, sin honra. Un país en ese rango de cosas debe revisarse íntegro. Imagino que esa preocupación le corresponde a los políticos. ¿O no?, señala Abelardo Sánchez León.