Los pueblos quieren gas pero no quieren hidroeléctricas. Quieren un combustible no renovable con efecto invernadero en lugar de una fuente energética renovable y no contaminante. Por supuesto, el gas es menos nocivo que el petróleo, pero mucho más que la energía hidráulica. Y como la inversión en hidroeléctricas no es rentable al precio artificialmente bajo al que se vende el gas del lote 88 a las centrales termoeléctricas, lo que estamos viendo es una participación creciente del gas en la matriz energética en detrimento de la energía de fuente hidráulica. Así, la suma de la presión social y el incentivo económico llevan al Perú a depender crecientemente de un recurso no renovable, de modo que cuando este se agote en unas decenas de años, no tendremos cómo suplirlo con hidroeléctricas que no habremos construido.No es solo que no hay plan energético de largo plazo. Es que el gas cumple otras funciones. Más que el sucedáneo energético, es el sucedáneo político del petróleo. Sirve para agitar banderas nacionalistas y demagógicas. Para reverdecer el anticapitalismo. Con el gas, la exportación vuelve a ser la expoliación y nos reinstala en el imaginario colonial. Se la rechaza en todos los tonos, y más aún si es al horrendo Chile. La exportación al vecino del sur queda tácitamente prohibida, aun cuando lo que nos pueda pagar ese país sea un precio bastante más alto que el del deprimido mercado mundial. Chile ha construido dos plantas de regasificación para importar gas, y lo tiene que hacer desde Nigeria, con altísimo costo. Si exportamos, es absurdo y primitivo no hacerlo a ese destino, aun cuando al final acabe dándose el desenlace irónico de que el gasoducto surandino, demandado por las "nacionalistas" regiones del sur del país, termine vendiéndole gas (o energía de una termoeléctrica) a Chile para conseguir el mercado que necesita para hacerse rentable. Porque es obvio que en el sur del Perú no hay suficiente salida para un gasoducto que puede costar 2 mil millones de dólares o más.Son los caminos curiosos que encuentra la historia, si es que los encuentra. Porque puede pasar lo de Bolivia, donde el nacionalismo reivindicativo ha logrado bajar las reservas de 56 TCF a 12 TCF en muy pocos años. Pues las reservas son, en efecto, un concepto dinámico. Crecen si hay inversión, y esta aumenta si hay mercado y se respetan las reglas de juego. Por eso, hay que tener cuidado con los meses que vienen. La competencia electoral inflama los discursos hasta el paroxismo. Ojalá, en medio de la pasión, se conserve la capacidad de salvar el verdadero interés nacional, señala Jaime de Althaus.