No es raro que el Congreso, de tanto en tanto, se anote lujosos, soberbios, olímpicos autogoles. La desengañada ciudadanía hace rato que ya asumió que el extraviado quehacer de su mal querido Parlamento incluye una trágica vocación por la metida de pata, el yerro, el desatino, el gazapo.Por eso sorprende tanto que ahora --en un digno (aunque tardío) ejercicio de rectificación-- varios congresistas se muestren arrepentidos de haber aprobado la sombría ley sobre el arresto domiciliario, que el sábado promulgó la Mesa Directiva y ayer apareció en "El Peruano".Tras el predecible escándalo público, los conflictuados padres de la patria han decidido abortar su última obra legislativa y limpiar algo de su embetunado prestigio. Y aunque algunos lo hacen con una genuina intención de corregir el zafarrancho, en otros apenas asoma una culpa superficial o mal sobreactuada.Pero, bueno, por lo menos ayer sí se respiró una voluntad multipartidaria por modificar la norma. El oficialista Henry Pease, por ejemplo, planteó que el pleno tuviera una sesión extraordinaria para derogar la ley que computa los días de detención domiciliaria como parte de la condena total que se aplica a los procesados. En diálogo con la agencia Andina, Pease admitió que el formato actual de la ley es injusto, porque beneficia a los personajes vinculados con la red de corrupción. "Reconozco con vergüenza que voté a favor de ella y que me equivoqué, pero muchos congresistas fuimos sorprendidos y engañados, por una sustentación abstracta y breve del proyecto", dijo Pease, un político con alta credibilidad, pero demasiado trajinado como para venir a hablarnos de 'sorpresas'.