Desde que comenzó a funcionar el complejo metalúrgico de La Oroya en 1922, La Oroya empezó a sufrir los estragos de la contaminación, producto de las emisiones de la fundición. Los mismos humos que han generado su bienestar económico también la han envenenado. Desde julio de 1997 es operada por la estadounidense Doe Run, la cual se había comprometido a reducir su contaminación a través del Programa de Adecuación y Manejo Ambiental (PAMA), pero esto no ha sido cumplido del todo porque la minera nunca llegó a financiar completamente este proyecto y su desarrollo (que requiere una inversión de US$390 millones y que debió culminar antes del 31 de octubre) siempre ha estado condicionado a las ganancias que ha tenido la empresa. (Edición sábado).