¿Se acuerdan de 1981, cuando se tildaba de "alarmistas", "autoritarios", "derechistas insensibles", etc. a todos aquellos que advertían del terrorismo incipiente? En aquel entonces, se criticaba mucho a los que pedían "mano dura" y hasta por allí algún ingenuo sostuvo que los terroristas eran "abigeos".En aquel tiempo teníamos un presidente (Belaunde) y un ministro del Interior (De la Jara) decentes pero extremadamente débiles, irresolutos y poco ejecutivos. Y claro, Javier Diez Canseco y sus amigos de la izquierda, al igual que ahora, aducían que todo el problema era de origen social, que era culpa del sistema y que lo que se pretendía al buscar encarar decididamente el fenómeno desde sus inicios era ir hacia una militarización en lugar de enfrentar las causas, minando cualquier intento de imponer la autoridad. ¡Qué distinto hubiera sido todo si se hubiera enfrentado con firmeza el fenómeno terrorista desde sus inicios! ¡Nos hubiéramos evitado llorar miles de muertes y pérdidas materiales por US$20 mil millones! Encima, esta misma izquierda, tenaz defensora o crítica ambigua inicial de Sendero hasta que comenzó a matar a sus miembros, tuvo el cuajo de venirnos a dar lecciones de moralina lacrimógena desde la CVR, entidad que capturó gracias a la ceguera de Paniagua. Evidentemente, estamos ante fenómenos distintos. Estas protestas antimineras no son actos terroristas y sería necio equiparar ambos fenómenos, pero sí vale la pena recalcar cómo la historia se repite parcialmente.En aquel tiempo vivíamos una conspiración violenta para tomar el poder. Ahora estamos ante una confabulación obvia contra el accionar minero en nuestro país, nuestra vital primera fuente de divisas. Cualquiera que observe la repetición del mismo modus operandi en los desórdenes mineros tendría que ser un deficitario mental para no advertir que existe un mismo esquema que se repite con iguales o muy semejantes protagonistas: ONG y curas “progres” financiados generosamente desde afuera (OXFAM está en todas), demagogos racistas y ultraizquierdistas, periodistas agitadores y comunidades adoctrinadas como fuerza de choque. Y de inmediato aparecen los organismos de derechos humanos y personajes como JDC para oponerse a que las fuerzas del orden hagan uso legítimo de la coerción para restablecer el orden, mientras que Toledo es tan débil como Belaunde (encima, PPK, que curiosamente sirvió a Belaunde y Toledo, termina fungiendo de alcahuete del desorden. Para llorar). Esto puede desmadrarse tremendamente, a la boliviana, si no se controla, y puede terminar en una salida acelerada de las mineras extranjeras del país. Como 1981, aún es tiempo de imponer razonablemente el orden civilizado. Después no digan que no se advirtió,señala el director del diario Correo, Aldo Mariátegui.