Las recientes declaraciones del presidente Alejandro Toledo son paradójicas. En líneas generales, ha denunciado la existencia de una burocracia opositora y silenciosa, formada por tecnócratas insensibles, que obstaculizan el cumplimiento de las principales decisiones del régimen actual.Lo que llama la atención no es, obviamente, la existencia de un aparato estatal empeñado en poner trabas al cumplimiento de asuntos de interés público. Todos los peruanos conocemos lo inoperante que puede ser nuestra burocracia. Lo que realmente preocupa es que el Gobierno se queje amargamente de estos comportamientos cuando tiene en sus manos las herramientas, controles y mecanismos suficientes como para vigilar, supervisar, identificar y sancionar a los responsables de esa parálisis. ¿De otra manera, cuál es la razón de ser de la Contraloría General de la República y del Consucode en el manejo de la cosa pública? Si tiene la sartén por el mango, lo que corresponde es que el Gobierno lo demuestre sobre el aparato estatal y cumpla con activar de una vez por todas la reforma del Estado. Este es el eje fundamental para no solo reducir la burocracia o hacerla más eficiente, sino para ordenar el escalafón y la carrera pública, premiar el mérito y el profesionalismo de la administración pública. La queja del presidente no es, pues, suficiente. De un lado, parece responsabilizar a terceras personas y no de su propio Gobierno. Del otro lado, se refiere a mandos medios, que llamó 'insensibles', para aplicar las políticas públicas. ¿Hablaba de los mismos funcionarios del MEF que cuestionó el vicepresidente Waisman? No ayuda mucho que el mandatario confronte públicamente a su Gabinete con supuestas inacciones. Esto revela descoordinación en un gobierno que debería abocarse a devolver al Estado su razón de ser: es decir, estar al servicio de los ciudadanos.