ENTERRADO EN QUILISH
21 de septiembre de 2004

Hubiera parecido que este régimen ya había aprendido. Se hubiera creído que, tras esos primeros años de actitud casi patológicamente fofa, el Gobierno ya había descubierto que mandar no es siempre abusar y que, de hecho, cuando se trata de hacerlo para imponer la ley, es más bien la razón de su existencia.Que para que los unos sepan que sus derechos están garantizados frente a los otros, tienen que saber primero que la ley que consagra dichos derechos sirve para más que gastar tinta. Que mientras eso no ocurra, no hay paz ni desarrollo posibles, porque, en un mundo de recursos escasos que no está poblado por ángeles, siempre hay quien busca avanzar sobre el espacio del otro y nadie arriesga lo que tiene ahí donde no hay más garantía que las de su propia fuerza.Que, por eso, como decía Séneca, "la ley debe mandar y no polemizar". Y que para que esta efectivamente mande -y haya, pues, un orden- se requiere de un poder lo suficientemente grande como para que pueda imponerla frente a cualquier otro. Que, en fin, esa fórmula mágica de los países desarrollados, el Estado de derecho, no es otra cosa que lo que su nombre ya anuncia: la suma de una ley y de un Estado que la haga respetar.No era una esperanza infundada. Al menos no después de ver, verbigracia, como durante el paro de julio el Gobierno se mantuvo, por primera vez, firme, por primera vez, gobierno, frente a las amenazas, las llantas quemadas, las piedras, las pataletas -y las patadas literales- de quienes lo fomentaron; no cediendo un ápice a la retrógrada plataforma de demagogia socialista que se proponía.Pero no. En Quilish el Gobierno del patético 'arequipazo', el de las "comisiones de alto nivel" que se nombraban cada vez que alguien hacía una fogata en la vía pública, ha vuelto a las andadas.Hubiera sido ideal que se hubiese actuado a tiempo para contrarrestar los engaños de ciertos grupos interesados y educar respecto al proyecto de Quilish a las poblaciones interesadas, como se logró en Las Bambas y en Camisea. Pero una vez más no se hizo, lo que tocaba era imponer la ley.Al ceder, en su lugar, a las barricadas, los palos y las 'tomas', para derogar una norma que comenzó diciendo no iba a tocar, que llevaba tras de sí el tácito apoyo del vértice soberano de nuestro sistema jurídico y sobre la base de la cual, por cierto, ya había quienes estaban invirtiendo en nuestro tan necesitado país, el Gobierno ha vuelto a lanzar el lastimoso mensaje que lo tuvo girando como una veleta enloquecida durante tanto tiempo: el que lo patee lo suficientemente fuerte obtendrá lo que quiere. Y así, acá no impera la ley sino los palos, las piedras, los tiros.Con su contramarcha, pues, el régimen ha sepultado en Quilish, por un buen tiempo, junto a los calculados mil seiscientos millones de dólares que están ahí enterrados y que el paupérrimo Perú aparentemente ya no podrá usar, algo aun más valioso, precisamente eso que sustenta cualquier idea de viabilidad nacional: el Estado de derecho. De las profundidades de Quilish hay que desenterrarlo cuanto antes, señaló Fernando Berckemeyer Olaechea.

  • [El Comercio,Pág. A 4]
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