Es oportuno y atendible el pedido del presidente Alan García a los cancilleres y ministros de Defensa de América del Sur, que inauguraron ayer la cita de la Unasur en Quito, para frenar la carrera armamentista en la región. Cuestión de prioridades: a un año de la caída de Wall Street y cuando se discuten las graves repercusiones de la crisis internacional en América Latina —que ha incrementado el número de pobres y acentuado su sufrimiento— resulta totalmente absurdo, incongruente y por demás peligroso que varios gobiernos hayan retomado con fuerza la compra de armas. En las últimas semanas se ha conocido de millonarias adquisiciones de naves militares y armamento por parte Brasil, Venezuela, Chile, Ecuador y Bolivia, que atizan las suspicacias y enfrentamientos, por lo que el tema resulta de candente actualidad. Esto pone en entredicho no solo la utilidad de las llamadas cumbres, sino el mismo objetivo de integración que justifica la existencia de un foro como la Unasur. Recuérdese lo deslucida que resultó la cumbre presidencial de agosto pasado, en Argentina, cuando se diluyeron las promesas de desarme. Es en tal escenario que debe ser evaluada la invocación del presidente García. Si bien hay diferencias concretas entre naciones, que vienen del pasado, hay acuerdo en que estas deben resolverse con mecanismos del derecho internacional, por cuerdas separadas y sin afectar la integración y el desarrollo común. Luego, resultan innegables las diferencias ideológicas en la región. Al centro de ello está el chavismo socialista y estatizante que propugna el mandatario venezolano Hugo Chávez no solo para su país, aprovechando lo que se llama la “diplomacia petrolera”. Cuba, por supuesto, así como Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Argentina en cierto modo, se adhieren a este modelo, en tanto que otras naciones como el Perú, Colombia y Chile promueven la economía social de mercado, la libre competencia y el respeto de las libertades fundamentales. Sin embargo, estas diferencias tampoco justifican la carrera armamentista, en vista de la prioridad de la lucha contra la pobreza, que es un problema que nos atañe dolorosamente a todos en América Latina. Los países de la Unasur, según cálculos de nuestro jefe del Estado, han desembolsado en los últimos cinco años nada menos que ¡23 mil millones de dólares en armas, aviones y naves!, lo que hubiera servido para sacar de la pobreza a no menos de 30 millones de sudamericanos. Tenemos que ser realistas y responsables. ¿O queremos el desarrollo, la integración y la lucha contra la pobreza? ¿O nos enfrascamos en una carrera armamentista que solo beneficia a los grandes consorcios fabricantes de naves y armas? En tal contexto, la reunión de Quito debe servir para que la Unasur se constituya, en sí misma, como una fuerza que promueva la paz e impida conflictos militares. Ello implica acuerdos concretos para transparentar y homologar las compras militares con verificación supranacional, pero también, en vista de que difícilmente se revela el estado operativo de armamento y naves, es necesario sellar un pacto de paz y no agresión. Si no se llega a ello, esta será una reunión lírica más, de espaldas al devenir histórico y a contramarcha de las urgencias nacionales.