De todas las actividades de gobierno, la diplomacia debe ser una de las más difíciles de practicar, no solo porque requiere de un profundo conocimiento de las realidades nacional e internacional, sino porque quien la ejercita debe conocer las palabras más adecuadas para explicar problemas o soluciones, y pronunciarlas en los momentos apropiados, y así evitar ser comparsa de movimientos indeseados o verse envuelto en incómodos aislamientos. De esta manera, la diplomacia deviene en el arte de saber armar y comunicar estrategias para crear un vecindario colaborador.Esto no está sucediendo con el Perú, que en Sudamérica solo ha logrado establecer una sociedad clara y amigable con Colombia. Ni siquiera con Brasil, que se muestra como un importante socio comercial de nuestro país, las relaciones son tan calurosas como las anteriores, mientras que el alejamiento es bastante obvio de naciones como Bolivia y Venezuela.Creemos que nuestra estrategia para crear un vecindario colaborador se ha ideologizado en demasía, mientras que otros países, como Chile, por ejemplo, actúan mucho más pragmáticamente. En ese camino, Chile ha conseguido que hasta Venezuela apoye a José María Insulza en su propósito de reelegirse en la secretaría general de la OEA, manteniendo una prudente distancia de Chávez y pronunciándose en contra de que Colombia acepte la instalación de bases militares de Estados Unidos. El Perú, en cambio, con una posición más ideologizada, no ha dicho que está en contra de esa posición, y cada vez que puede se enfrasca en nuevas controversias con el mandatario venezolano.Esa posición ha conducido a que nuestro gobierno sea atacado por Hugo Chávez, y mantener unas relaciones buenas, pero no calurosas, con Ecuador, Argentina, Paraguay y Uruguay, y que Bolivia haya pasado de los condenables insultos de su presidente Evo Morales, a tener una inteligente relación con Chile, a pesar de las evidentes diferencias que guarda con esa nación.Si bien es cierto que no estamos aislados, como lo afirma el canciller, es indudable que nos rodea una vecindad poco dispuesta a jugársela por nosotros, y en la que tenemos que convivir con dos casos extremos: un desenfrenado amor por Colombia, que hasta ahora no sabemos si es recíproco, y, por otro, un profundo desdén de Venezuela y Bolivia.