Si por ellos fuera, cogerían las maletas para largarse de aquí mañana mismo. Sin pensarlo dos veces, interrumpirían sus estudios o trabajos (en el supuesto optimista de que los tengan) y tomarían el primer taxi (el último, en realidad) directo al remodelado Jorge Chávez. Si de ellos dependiese, cerrarían la casa, colgarían el cartelito de Se Vende y chau, adiós, fin, 'game over': se mandarían mudar en el acto.Si a usted le asombra leer que el 77% del total de las personas que respondieron esta encuesta se iría --si pudiera-- a vivir al extranjero, seguramente le dará escalofríos de indignación saber que el 86% de ese grupo son muchachos entre 18 y 24 años. Los números del más reciente sondeo de Apoyo plantean un escenario letal en el que 'juventud' y 'Perú' no son variables que calcen en una misma ecuación. De estos cuadros se desprende que ser joven en Lima, hoy más que antes, es arrastrar sentimientos conflictuados con tu país; o mejor dicho, con quienes lo (mal) administran. Es también haberle perdido confianza y agarrado bronca a la vieja y cada vez más inaudita promesa del futuro mejor. Y es, sobre todo, vivir una triste paradoja: querer al Perú pero estar dispuesto a abandonarlo.(Edición domingo).