A los importantes acuerdos logrados en la última cumbre de G20 respecto a la capitalización del FMI y la implementación de cambios a la regulación financiera internacional y doméstica, se suma el comportamiento positivo (o no tan negativo) de algunos otros indicadores que al parecer revelarían que vamos tocando fondo y que estaríamos superando lo peor de la crisis. En efecto, para los más optimistas el desempeño de las plazas bursátiles y los registros de algunos índices darían cuenta de que la economía global estaría a punto de abandonar la sala de cuidados intensivos. ¿O no? Como de costumbre, la realidad es bastante más compleja de lo que aparenta. Y es que si bien aparecen algunas noticias alentadoras, todavía no se vislumbra la luz al final del túnel. Para comenzar, las cifras de desempleo estadounidense mantienen su ritmo deprimente de expansión, con cerca de 600 mil puestos perdidos en marzo. Ya la tasa de desempleo llegó al 8.5%, el peor guarismo registrado desde principios de la década antepasada. Esto coloca a EE.UU. por encima de Alemania y algunas economías europeas, donde, por efectos de las rigideces del mercado laboral, el desempleo ha tendido a ser una constante de la vida económica contemporánea. Es probable que el desempleo estadounidense supere la barrera del 11% a mediados de año.De igual manera, la deflación se ha convertido en otra amenaza real, tan devastadora como la planteada por la recesión (a la que podría terminar por apuntalar). Para variar, las alarmas más estridentes truenan en Europa. A diferencia de lo que ocurre con la contracción en la actividad económica, son pocas las armas que los gobiernos pueden usar para combatir semejante flagelo, especialmente si consideramos que la baja en las tasas de interés viene alcanzando niveles históricos. La década perdida en Japón es un escalofriante recordatorio del tipo de dinámicas destructivas que la deflación puede desencadenar.Tampoco podemos perder de vista otras dos tendencias que vienen arreciando con intensidad. En primer término, y como sabemos por experiencia propia, el intercambio comercial mundial viene cayendo a ritmos no vistos desde la Segunda Guerra Mundial. Algo parecido ocurre con el colapso de los flujos de capital. Esta situación, conjuntamente con el desempeño negativo de otras variables fundamentales, ha colocado a varias de las economías de Europa oriental al borde del colapso.El desenlace de la crisis dependerá en buena medida de la efectividad que en los próximos meses tenga el programa de rescate adoptado por el Gobierno estadounidense para sanear a las entidades financieras, eliminando los activos tóxicos que actualmente vienen impidiendo el normal desenvolvimiento del sistema. Como se recuerda, el Secretario del Tesoro estadounidense presentó hace poco más de dos semanas un plan para que, con el apoyo de co-inversiones y garantías públicas, los propios agentes financieros se encarguen de comprar esos papeles a una tasa de descuento. Resta por determinarse si las entidades venderán, sobre todo considerando los incentivos perversos generados por los cambios a las reglas contables.Las críticas al plan Geithner no han tardado en arreciar, especialmente las provenientes de las trincheras de las centro-izquierda, cuyos principales economistas (algunos de ellos altamente apreciados por la administración Obama) han acusado al Secretario del Tesoro de mantener las erradas políticas de su antecesor, al socializar las pérdidas de las entidades financieras, comprometiendo recursos de los contribuyentes en un esfuerzo desesperado de rescate que solo beneficia a los bancos. Desde ese bando, hay quienes han insistido en que hubiera sido preferible nacionalizar la banca. En cualquier caso, el Gobierno de EE.UU. ha sido enfático en señalar, con fundada razón, que se ha optado por la mejor de las opciones y que frente a la magnitud de la crisis, la inacción es la peor de las formulas. De otra parte, los síntomas de la crisis se vienen agudizando en la región. El retroceso experimentado por Chile durante el primer trimestre ha resultado más dramático de lo esperado, desafiando las perspectivas positivas que se tenían sobre los impactos de su ambicioso programa de estímulo fiscal. Las proyecciones sobre la región presentadas por el BID en su última reunión de gobernadores en Medellín, resulta igualmente preocupante. En ese mar proceloso, la economía peruana se constituye en una de las pocas candidatas a registrar tasas de crecimiento positivas para este año, señaló Pablo de la Flore, ex viceministro de Comercio Exterior.