E l Congreso de la República está perdiendo una valiosa oportunidad para reivindicarse ante la opinión pública (que desaprueba mayoritariamente su gestión) y cumplir con esa indispensable y democrática función de representación que la ciudadanía le otorgó en las urnas.Llama la atención que en la urgente necesidad de buscar votos y consensos para reinstaurar el sistema bicameral en el Congreso, con toda la importancia y trascendencia que tiene, se corra el grave riesgo de construir una suerte de Frankenstein. Así, de aprobarse algunas enmiendas populistas al dictamen original de la Comisión de Constitución (se habla incluso de instaurar un Senado de origen regional y no fruto del distrito electoral único, como debería ser), se estaría intentando satisfacer sin las previsiones y candados necesarios ciertos provincialismos ya superados y aspiraciones de cacicazgos políticos que quisieran refundarse en algún nuevo artículo constitucional.Las ventajas de la bicameralidad son indudables, a la luz de la experiencia de otros países y de nuestra propia realidad política. Pero ello no implica que el Legislativo haga del actual proyecto un sistema a la carta, a la medida de los intereses de tales o cuales grupos a los que poco importa finalmente cómo salga la reforma.No ha pasado desapercibido para el país que desde el principio por desidia, falta de criterio o ausencia de civismo los congresistas han sido incapaces de explicar con claridad a la ciudadanía los alcances de una reforma constitucional en juego con sus más diversas implicancias.Es más, algunos legisladores contrarios a la instauración de las dos cámaras se han prestado más bien a una campaña de desprestigio de la reforma, elevando el escepticismo en el ciudadano respecto a los reales beneficios y ventajas del Senado.Hay que ser claros: el unicameralismo ha fracasado en el Perú. No garantiza eficiencia, transparencia ni fiscalización del trabajo parlamentario. Incluso es doblemente oneroso: gasta el doble que un parlamento bicameral y obliga al Ejecutivo a continuas devoluciones de leyes mal hechas u ocasiona que el Gobierno emita nuevas propuestas, rebasando el nivel elemental de lo que deberían ser puntuales observaciones. Como muestra, el Congreso ha aprobado desde el 2001 a la fecha 806 leyes, pero 234 fueron observadas .Lo que se necesita es, pues, un Congreso prestigiado, por obra y gracia de sus miembros; bicameral, elegido por distrito electoral único, pequeño, austero y sobre todo eficiente y cabal, defensor de los intereses ciudadanos.La bicameralidad tampoco es sinónimo de un mayor derroche de recursos. Si los gastos superfluos se redujeran, las cosas serían muy diferentes. Lo prioritario es disminuir el número de diputados y contar con un Senado reducido. Históricamente el Senado ha sido un tercio de la Cámara de Diputados. ¿Por qué no contar con un Congreso integrado por no más de 150 parlamentarios? El distrito nacional único no centrará el poder en una élite de limeños, hay peruanos en todo el país que pueden aspirar al Senado. De lo que se trata es de crear mecanismos que permitan que ambas cámaras sean ocupadas por personalidades idóneas, que hayan pasado por el tamiz de sus propios partidos. El nuevo Congreso tiene que recuperar prestigio, adecentar y no denigrar más la función parlamentaria. No se puede defraudar la confianza de los ciudadanos. Se necesita diputados que gocen de la potestad de la iniciativa legislativa y un Senado revisor de esas leyes.(Edición domingo).