Uno de los precios más representativos de la economía y que asociamos de modo inmediato al costo de vida, a la crisis económica y en general a la turbulencia económica que sacude el mundo es sin duda el del petróleo. Y ese producto resulta que se ha desplomado a menos de la cuarta parte de su valor, desde los US$157 por barril hasta los US$37 de los últimos días de diciembre.Las preguntas entonces surgen en abundancia: ¿Qué ha pasado? ¿No decían los expertos que el tiempo del petróleo barato había terminado para siempre? ¿Es bueno o es malo que su precio haya bajado? ¿Volverá a subir? ¿Por qué la gasolina no baja proporcionalmente en el Perú ?Una primera respuesta elemental es que se vuelve a probar con las fluctuaciones descritas del precio del petróleo que su demanda no es inelástica, es decir que no es cierto que solo seguirá subiendo en el futuro, puesto que lo que ha pasado es que subió vertiginosamente por la mayor demanda de Estados Unidos y China y cuando se desató la crisis económica, en especial en el mercado más adicto al petróleo, que es el de los norteamericanos que consumen la cuarta parte de la producción mundial, la caída ha sido fulminante. Se ha pasado allí de golpe de una fiebre irracional de las 4x4 , "Hummys" y demás monstruos gasolineros, a los híbridos y hasta a las bicicletas; y por cierto las automotrices con la gran General Motors a la cabeza están suplicando la ayuda del estado para no quebrar y evitar así una desocupación pavorosa.Se han escrito artículos antes de la crisis saludando el alza del petróleo porque así se invertiría en más exploración, tecnología y refinación, que se consideraban insuficientes y por tanto generadoras del alza del precio por escasez. Ahora se teme que el tiempo de precios altos haya sido muy breve, se desalienten las inversiones y regresen las 4x4. Es de esperar que prevalezca una visión de mayor horizonte y se prosiga con el esfuerzo de inversión en nuevas fuentes y en tecnologías que reduzcan la demanda en el sector transportes, donde el petróleo es la fuente más consumida y la más contaminante. Hay sin duda en este campo una función y una responsabilidad política que los gobiernos --comenzando por el de Estados Unidos-- deben asumir. No es posible que en Europa se tengan casi los mismos niveles de ingreso y desarrollo humano que en ese país y que el consumo de petróleo per cápita anual sea más del doble: 26 barriles contra 12,5. Tampoco es racional aceptar que se destinen miles de millones de dólares a salvar a las empresas automotrices estadounidenses, sin condicionar el uso del dinero de los ciudadanos de ese país a cambios sustanciales en la eficiencia energética y en la reducción de las emisiones contaminantes de los vehículos que producen.Sobre el futuro del precio del petróleo es desde luego más prudente ser historiador y no profeta. Pero convendría recordar que hubo quienes aparecen ahora más acertados, como la EIA, entidad oficial de Información de Energía de EE.UU., que en el 2004 proyectaba que el precio llegaría a los US$55 por barril recién el 2025. Desde luego que cuando el precio pasó los US$150, ya no decían lo mismo.En cuanto al precio en el mercado interno, nos parece que es absolutamente necesario que la baja se traslade y beneficie al usuario. Pero es también pertinente decir, dejando toda mezquindad política al margen, que la aplicación del fondo de estabilización de los combustibles resultó --con mucha suerte sin duda, y con el apoyo de la caja de los refinadores-- un gran amortiguador de las alzas del pasado y por tanto es necesario ser prudente y progresivo en dicha rebaja. No creemos sin embargo que haya que esperar el reembolso total de lo aplicado para compensar las alzas antes de rebajar los precios al público; pensamos que el fisco puede perfectamente financiar tal reembolso y aplicar progresivamente las reducciones, no solo para beneficiar a los consumidores sino además para educarlos en la importante percepción de que el precio internacional del petróleo tiene que ver necesariamente con los precios que pagan; y que el Estado los protege igual o más que a los productores y distribuidores, señala Juan Incháustegui, ex ministro de Energía y Minas.