La esperada cumbre del G-20 en Washington no ha tomado decisiones radicales, pero sí ha dado una señal positiva al reconocer la gravedad de la crisis financiera mundial y la necesidad de evaluar y modificar gradualmente la arquitectura financiera internacional.Más aun, resulta trascendental el llamado a promover la integridad ética de los mercados financieros y proteger a los consumidores, lo que implica evitar los conflictos de intereses y prevenir la manipulación ilegal, las actividades fraudulentas y los abusos que genera la codicia bursátil y financiera.En este perfil de un nuevo enfoque económico ha sido importante la participación de países emergentes, como Brasil, India, Rusia, México y Corea del Sur, junto a los países desarrollados del llamado G-7, que integran Estados Unidos, Canadá, Japón, Alemania, Reino Unido, Italia y Francia. Y es que todos, de una u otra manera, sufrimos los embates del terremoto financiero que tuvo su epicentro en Wall Street, no solo en el ámbito bursátil sino también en el crecimiento preocupante y clamoroso de los índices de pobreza con exclusión social.La mayoría de países coincide en la premisa básica: el sistema financiero de Bretton Woods, que se creó a fines de la Segunda Guerra Mundial, con el patrón-dólar y con el FMI, el Banco Mundial y el Acuerdo General de Aranceles como entidades capitales, no ha sido capaz de prevenir la catástrofe financiera, por lo que necesita ser revisado y modificado. Por el contrario, se ha mitificado en extremo la globalización y la desregulación, lo que descontroló y desbarrancó el sistema con las gravísimas consecuencias que hoy sufrimos.En lo que hay aún discrepancias es en el modo de aplicar las soluciones. Pero si ahora no se ha decidido cambios más significativos ha sido por el peso que tiene la actual administración estadounidense. Habrá que esperar, entonces, a que el nuevo presidente Barack Obama asuma el cargo para evaluar los avances en una nueva cumbre anunciada para marzo del próximo año y abordar allí las reformas que el mundo reclama.El debate, en el fondo, es doctrinal pero también pragmático. No se trata de declarar la muerte del capitalismo, como algunos pretenden, sino de analizar qué fue lo que falló y tomar las medidas para remozarlo. El prospecto contrario, el socialismo estatista, está descartado, pues ha probado ser nefasto, empobrecedor y tiránico, ya que conculca los principios básicos de libertad, competencia y respeto a la dignidad de cada individuo.Por ahora, en la reunión de Washington se ha logrado el compromiso de fortalecer los mercados financieros, pero con la advertencia de que la responsabilidad es de cada país. Concuerdan asimismo en la necesidad de promover la transparencia, regulación y vigilancia de los mercados, pero sin llegar a extremos de hiperregulación ni sobreproteccionismo.Estamos en una etapa de transición que seguirá demandando una actitud autocrítica y realista por parte de los líderes mundiales, para revisar los dogmas y refundar el capitalismo sobre bases éticas. Es decir, un sistema económico con rostro humano, donde el Estado cumpla efectivamente su rol promotor y regulador, los agentes privados compitan responsablemente, se empodere al consumidor en cuanto ciudadano y se evite la excesiva y casi timbera especulación financiera que se han permitido algunos, hasta ahora con pasmosa e indignante impunidad. (Edición domingo).