El tema de las regalías mineras está al rojo vivo. Las cosas han tomado un sesgo preocupante debido a la presión que vienen ejerciendo ciertos congresistas -entre quienes destaca Javier Diez Canseco- que promueven aquel impuesto ciego y antitécnico. El asunto llegó al extremo cuando los parlamentarios -sin representación formal del Congreso- hicieron uso de la palabra ante el Tribunal Constitucional durante una audiencia en la que sólo podía intervenir el procurador del Parlamento para ventilar la demanda de inconstitucionalidad de la ley que creó las regalías.La demagogia y el populismo son los pilares de la desinversión. Y si de crear impuestos se trata, este país es el campeón de los tributos absurdos. Es muy fácil ofrecer dinero ajeno con el afán de simpatizar y captar votos, pero resulta imposible exigir que el inversionista arriesgue dinero pagando además tributos que no se cobran en otros países, como Chile. Porque la trampa que nos tendió Chile -en el caso de las regalías- es un ejemplo de la necedad y torpeza con la que actúa nuestra clase política. Está aún fresco el día en que la Cámara de Diputados chilena debatía un proyecto similar, y para darnos un ejemplo de eficiencia y rapidez nuestros inefables congresistas decidieron aprobar las regalías mineras acá antes que en Chile. Desde luego que el proyecto jamás pasó en el Parlamento sureño y aquí nos quedamos con las regalías como presente griego.Los inversionistas que participan en la gran minería -por lo general macro capitales por ser un sector riesgoso y complejo, con recuperación de inversiones a largo plazo y sobre todo con permanente demanda de recursos- sólo se instalan allí donde se le asegure la mejor rentabilidad, lo mismo que condiciones legales y contractuales estrictamente estables. Pensar que el gran inversionista va a colocar US$ 1,000 millones o US$ 3,000 millones para convertirse en beneficencia es más que estrafalario. Cierto que el país necesita establecer condiciones tributarias seguras, al igual que exigencias claras en el campo del medio ambiente y en el social. Pero es infantil demandar a los megacapitales que paguen impuestos antitécnicos o superiores al estándar internacional, y que asuman además otros gastos diferentes a lo establecido en su contrato de inversión. El capital es frío como un glaciar y tiene alas para emigrar de inmediato, señala el director de Expreso, Luis García Miró, en su columna "El Mundo al Revés". Por ello es censurable desde todo punto de vista que se presione políticamente al Tribunal Constitucional para validar las regalías. No vaya a ser que nos quedemos con otra ley inútil que en el papel genera centenares de millones de dólares para los pueblos olvidados –porque hoy el precio de los metales está alto– pero que en la práctica resulte cerrando empresas y cortando nuevas inversiones. ¿El congresista Diez Canseco puede garantizar lo contrario?