Aun año del devastador terremoto que asoló Pisco y muchas localidades aledañas, debemos hacer un alto para reflexionar objetivamente sobre lo que se hizo y lo que queda aún por hacer.Ante todo, debemos destacar la gran cadena de solidaridad nacional e internacional que acudió de inmediato a socorrer a los miles de damnificados, a la que se aunaron gobiernos extranjeros, ONG, empresas y jóvenes universitarios. Y así como la participación de las Fuerzas Armadas fue crucial en un primer momento, tras la conmoción, tenemos que recordar la fragilidad de los servicios de telecomunicación, que colapsaron irremediablemente. Esta no es la única lección por aprender. Otra muy importante es entender los alcances y límites de actuación del Estado, y del Gobierno, en una situación de desastre. Esencialmente, le corresponde salvar vidas y luego ordenar la ayuda de emergencia usando la logística y los fondos de contingencia. En la siguiente etapa le toca coordinar y organizar la reconstrucción, en lo que ciertamente no hubo un norte claro, como lo demostró la ingrata experiencia del Forsur y sus frustraciones frente a la engorrosa legislación estatal y la politización local.Pero, por más duro que parezca, pues se trata de gente que cuenta con muy pocos recursos, hay que subrayar que no puede exigírsele al Gobierno que se encargue de la reconstrucción total de la propiedad privada. Por supuesto que quisiéramos que así fuera, pero tal empresa rebasa las posibilidades del Estado. Tampoco es sensato, realista ni responsable demandar que la reconstrucción de infraestructura de las localidades afectadas se concluya en un año.Ahora bien, es verdad que por sentimentalismo o populismo, algunas altas autoridades prometieron demasiadas cosas, lo que lógicamente ha creado un preocupante embalse de expectativas, que es aprovechado por algunos grupos --que incluso exageran lo que fueron promesas del gobierno-- según convenga a sus agendas políticas, sindicales o personales.Las autoridades locales, y más las regionales, no pueden rehuir su responsabilidad, como algunos pretenden hacerlo endilgándosela toda al Gobierno Central. La improvisación, el desorden y hasta la corrupción no son exclusivas de los inicios del Forsur, sino que se repiten hasta ahora en diversos escenarios.En cuanto a los pobladores, es criticable que algunos, por desconocimiento, ofuscación o manipulación de malos políticos, pretendan imponer absurdas condiciones o se opongan a las labores de remoción de escombros y rediseño urbano que incluyen el pase por su propiedad. Deben ser también conscientes de la magnitud de la tragedia y entender que salir adelante dependerá prioritariamente del esfuerzo de ellos mismos, si bien complementariamente el Estado debe darles toda la ayuda a su alcance. No se puede caer en el facilismo y el paternalismo de demandar que se les dé todo desde arriba. Hasta donde sabemos, en ninguna parte se ha llegado a tal extremo. Otra lección es que debemos estar permanentemente preparados para afrontar situaciones excepcionales de desastre, para lo cual hay que facilitar y flexibilizar las leyes responsablemente.Todos tenemos que colaborar para devolver orden, habitabilidad y calidad de vida a las localidades y peruanos afectados.