Los partidos políticos representados en el Congreso tienen que asumir su responsabilidad en la grave crisis generada en los últimos días, que ha dejado muy mal parado al Poder Legislativo y crea serios riesgos para la gobernabilidad democrática.¿Cómo es posible que, por deleznables ambiciones personales para presidir la mesa directiva, se haya echado por la borda el trabajo de varios meses? ¿Dónde quedan los consensos y compromisos previos de los voceros para debatir y aprobar trascendentales leyes y reformas constitucionales?Lo peor de todo es que el Congreso continúa en una situación de grave entrampamiento, en que no se vislumbra aún una salida, pues ni siquiera se han puesto de acuerdo sobre los temas prioritarios para la Comisión Permanente ni para la próxima legislatura, lo que significaría la negación de la institución parlamentaria.¡Tal situación no puede continuar! El Parlamento es considerado el primer poder del Estado, con las prerrogativas de dar las leyes que demanda el país y de fiscalizar la cosa pública. Se entiende que para cumplir a cabalidad estas funciones debe tener credibilidad, apoyarse en partidos sólidos y en personas probas y preparadas, lo que al parecer no está sucediendo y obliga a los partidos a un serio ejercicio de autocrítica y rectificación.Algo huele mal aquí. En la democracia representativa y el Estado de derecho los partidos son los pilares de la estabilidad y la gobernabilidad democrática. Gran parte de los problemas que hoy sufrimos se deben precisamente a la carencia o fragilidad de los partidos, lo que permite el surgimiento de movimientos de última hora, en que algunos caudillos sin ninguna credencial democrática se erigen como los salvadores de la patria, sin tener doctrina, trayectoria ni equipos de trabajo.(Edición domingo).