NEGOCIO INFORMAL DE COMBUSTIBLE CONTAMINA A TODOS EN VENTANILLA
27 de abril de 2008

Estamos en el kilómetro 11 de la avenida Néstor Gambetta, una autopista que al mediodía se desvanece con el sol. Son las 11 de la mañana del martes 15 de abril y los primeros camiones han empezado a desfilar ya frente al restaurante Margarita. Ese fue el dato que nos dio el chofer y estaba en lo cierto: A unos metros de las mesas del local hay un triciclo con galoneras sucias y, muy cerca de ellas, tres tipos esperan a que el día se pueble de buenas noticias.El primer aroma que sienten tras nuestro arribo es el de la extrañeza. Los tres nos miran, dibujando círculos en la tierra mientras caminan. Instantes después, un silbido agudo los devuelve a la tierra. Sale de un camión que, desde lejos, anuncia así su llegada. La decisión de quién se encargará del negocio esta vez es fácil: Los dos más viejos miran al más joven, que parece de 28. Este no se sorprende.Al bajar, el chofer le muestra cinco dedos al joven --cinco galones, se entiende--, quien, sin mucho entusiasmo, abre el tanque de gasolina del carro, introduce en él una manguera y empieza a verter el líquido en un balde cochino. El negocio se cierra un rato después con la entrega de unas monedas. La partida del vendedor es, por ello, lenta, tranquila. (Edición domingo).