Los notables logros económicos recientes, con índices de crecimiento del PBI que superan el 8% y mejores niveles de empleo, son buenas noticias. Sin embargo, no son suficientes por sí solos para sostener la gobernabilidad y enrumbar definitivamente al país por la ruta del desarrollo, si es que no contamos con un Estado ordenado, confiable y eficiente que marque la cancha, mantenga el modelo y haga respetar las reglas de juego.El acuciante tema de la reforma del Estado salta hoy nuevamente a la palestra cuando vemos la indolencia del Ejecutivo en dos temas cruciales: la Ley de Carrera Pública y la reestructuración del Fondo Nacional de Financiamiento de la Actividad Empresarial del Estado (Fonafe). Efectivamente, ¿qué mensaje se le da al país y al sector privado, a los que se les exige competencia y eficiencia, cuando el propio Estado no usa bien los recursos de los contribuyentes y suele ser ineficiente? ¿Cómo podremos avanzar si no sabemos cuántos son los empleados estatales, ni tenemos herramientas para evaluarlos periódicamente, de modo que se pueda contar con burócratas eficientes? ¿Qué hacer para premiar a los más destacados y meritorios y depurar a aquellos que solo ocupan un escritorio y estorban el quehacer ciudadano o empresarial? La austeridad no puede ser tan rígida como para ahuyentar a los buenos técnicos que son absorbidos por el sector privado, que los remunera según su competencia.De ahí la importancia de la Ley de Carrera Pública, que ha sido anunciada reiteradamente por el Ejecutivo, pero sin sustentarla con información y propuestas coherentes, lo que no permite avanzar el debate en las respectivas comisiones dictaminadoras del Congreso. (Edición domingo).