La pregunta es cómo evitar que un programa de esta naturaleza engendre una clase social parasitaria y dependiente de la planilla pública a perpetuidad.La propuesta de subsidio directo en dinero a las familias de extrema pobreza despierta la ilusión nacional porque, si se hace bien, podría reducir sustancialmente la desnutrición en el Perú, pero, si no se actúa en otros frentes, puede producir una clase mendicante. Por primera vez tenemos un programa que sí puede dar resultados. De hecho, parece mucho más eficiente que los tradicionales: focaliza mejor, no pierde recursos en burocracia y, lo principal, está condicionada -la entrega del subsidio a controles de salud, nutrición y escolaridad.Esto último no solo obligaría a funcionar a plenitud a las postas médicas y escuelas, sino que constituye el mecanismo para producir resultados positivos. Porque el subsidio se entrega no solo en la medida en que las madres y niños acuden a los controles, sino, sobre todo, en la medida en que estos registran mejoras: a una madre no se le podría seguir entregando dinero si después de un año, por ejemplo, sus hijos no han reducido sus niveles de malnutrición. El programa tiene que tener la autoridad y seriedad para aplicar esas normas con firmeza.Despierta el entusiasmo nacional porque, repetimos, parece contener la clave para eliminar, ahora sí, la desnutrición. Para eso, sin embargo, debe cumplir todos los requisitos: focalización precisa en la extrema pobreza (lo que implica focalización individual), burocracia mínima o terciarización en todo lo que sea posible, para no desperdiciar recursos, evitar la corrupción y eliminar la tentación del tráfico político con la pobreza. Y, como dijimos, un estricto condicionamiento del subsidio a mejoras en indicadores de salud y nutrición. La discusión pública no puede permitir la menor concesión en ninguna de estas materias.La pregunta, sin embargo, es cómo evitar que un programa de esta naturaleza engendre una clase social parasitaria y dependiente de la planilla pública a perpetuidad. Porque recibir dinero gratuitamente todos los meses es un incentivo perverso a no hacer nada, a no esforzarse para salir de la pobreza. Anula las energías ascendentes de la población y disuelve la ética del trabajo. El programa terminaría reduciendo la desnutrición pero perpetuando la pobreza. ¿Cómo salir de esta trampa?La lógica implícita es que los chicos, bien nutridos, mejorarán su rendimiento en la escuela de modo que, ya en edad de trabajar, serán capaces de generar sus propios ingresos. Pero no es tan fácil y no basta. Es necesario, para comenzar, mejorar sustancialmente la calidad de la educación pública, titular la propiedad individual en las propias comunidades, integrar al mercado y a la exportación, permitir un mayor desarrollo de la minería, etc. Lo que no podemos es simplemente terminar agregando seis millones de personas a la planilla del Estado. Porque eso será un bumerán, señala Jaime de Althaus, en la columna "rincón del autor".