La discusión de estos días es la que se da, una vez más, entre la apertura de un lado y los proteccionismos artificiales de otro, entre la libertad y el miedo a la libertad. El miedo siempre ha sido mal consejero. Lo fue cuando, mientras los países del sudeste asiático y Chile optaban, inteligente y audazmente, por un modelo abierto y exportador, América Latina, sintiéndose víctima, suponiendo que todo comercio con el norte imperial era un robo, escogía el desarrollo hacia adentro vía la industrialización protegida. Ese modelo, que solo servía para consumir divisas sin reposición, instaurar prácticas rentistas e implantar la cultura del ocio monopólico, cayó varias veces vaciado de divisas hasta que hundió el pico definitivamente en medio de hiperinflaciones en todas partes.Ahora regresa en el inconsciente colectivo de los temores a un TLC con Estados Unidos porque ese país, se dice, "tiene una enorme ventaja económica y tecnológica y su PBI es 180 veces mayor que el del Perú" (comunicado publicado el domingo). ¡Pero si esas son precisamente las razones por las que nos conviene mucho más a nosotros que a ellos! ¡Si el mercado norteamericano es 180 veces mayor al nuestro, eso significa que un TLC nos conviene a nosotros 180 veces más que a ellos! Tener acceso a un mercado tan gigantesco es poner en nuestras manos una palanca extraordinaria para potenciar nuestro desarrollo. En los TLC siempre los países chicos terminan vendiendo más que los grandes. Además, el hecho de que el nivel tecnológico norteamericano sea mucho mayor hace posible, precisamente, exportarles bienes manufacturados de primera generación que a ellos les resulta caro producir (¡por eso se defienden!). Entonces la complementariedad funciona.Por supuesto, hay que negociar lo mejor posible, pero tampoco podemos proteger indefinidamente actividades agrícolas u otras muy poco competitivas, porque eso perjudica no solo a las industrias exportadoras que usan esos insumos sino a los mismos agricultores y al país en general a la larga, porque se vuelve en conjunto menos eficiente y competitivo.Se trata de no tenerle miedo a lanzarnos a un gran proceso de cambio, modernización, inversión y transformación de la estructura y la infraestructura productivas, para desarrollar el país. ¿Cómo? Agrandando los mercados externos y liberalizando el comercio exterior, la economía interna y los mercados en general, para permitir que se den, sin trabas, las mejores combinaciones de factores de producción posibles. ¿Que eso es un modelo de desarrollo en sí mismo? Claro que lo es, y el más eficiente de todos. ¿Que eso llevará a reducir algunas actividades y al crecimiento de otras? Por supuesto: en eso consiste el desarrollo. Salvo que prefiramos la miseria, señala Jaime de Althaus, en la columna "rincón del autor".