Así como ha sido lamentable el dislate del jefe del Gabinete, Jorge del Castillo, su posterior rectificación y disculpa deben ser aceptadas, sobre todo considerando su trayectoria política, su apertura y su capacidad para consensuar, evidenciadas en momentos importantes de la gestión gubernamental.Así lo ha entendido el presidente Alan García, quien luego de criticar el disparate de Del Castillo al vincular la obra gubernamental con la militancia o apoyo al Apra en las pasadas elecciones, le ha ratificado la confianza.No hay pues por qué hacer más olas si el suelo está parejo. Y debe estarlo, sobre todo cuando la desafortunada intervención de Del Castillo coincide con los anuncios de renovación del Gabinete. Es más, el episodio ha servido --¿con la complicidad de Del Castillo?-- para enviar un mensaje directo al ala radical del aprismo que se resiste a abandonar el nefasto clientelismo e insiste en exigir cuotas dentro del Gabinete.El Gobierno, por esencia, es elegido por una mayoría para administrar temporalmente el Estado, al que no puede concebir como una chacra partidaria para pagar favores políticos. Por el contrario, el mandato democrático obliga a los gobernantes a ser amplios e inclusivos a la hora de orientarse a trabajar para todos, basado en una evaluación objetiva de necesidades, planes y presupuestos. ¡El Estado está para servir a los ciudadanos y no para servirse de él!En este contexto, la renovación del Gabinete debe dejar de ser un ritual anual o bianual, de cambiar por cambiar, para obedecer a una evaluación de resultados, objetivos y metas sectoriales, fuera de cualquier presión partidaria o de la oposición radical. A mayor duración de un buen ministro, mayor estabilidad en su sector.Ahora que se ha promulgado la nueva Ley Orgánica del Poder Ejecutivo y se ha tendido puentes de mejor entendimiento con el Congreso para afrontar reformas indispensables, Del Castillo y el Gabinete están obligados a ser mejores gestores y dejar atrás la imagen de bomberos apagaincendios que se les achaca.