Terminó la ardua espera y el tratado de libre comercio es ya una realidad jurídica que abre un dinámico puente de intercambio comercial entre Estados Unidos y el Perú. Bien administrado, se espera que promueva decididamente nuestras exportaciones al primer mercado del mundo, incremente el empleo y encarrile a nuestro país definitivamente por la ruta de la estabilidad, el desarrollo y la inclusión social.Hay que reconocer la voluntad de dos gobiernos, encabezados por los presidentes Alan García y Alejandro Toledo en una línea de continuidad histórica, para sacar adelante una política de Estado que trasciende a las personas y los gobiernos. Y del discurso del doctor García en Washington, destacamos especialmente la vinculación del TLC con los principios de apertura, democracia y libertad del mundo globalizado --que son los que permiten bienestar y realización humana--, en contraposición al controlismo y la supuesta autosuficiencia de los socialismos trasnochados de la región que solo eternizan la pobreza y el resentimiento.La lucha, como puede verse, no ha sido fácil y la verdad es que aún no termina. Existe una serie de tareas relacionadas con la adecuación e implementación del TLC a la normativa nacional, que deben concluirse en corto tiempo y demandan la participación activa del Gobierno, del Congreso, del empresariado y de la sociedad civil en pleno. Desde ese punto de vista, es positivo y esperanzador que nuestro Parlamento haya aprobado, por mayoría simple, la delegación de facultades al Ejecutivo para adecuar el TLC, tras un candente debate que revela quiénes están por el desarrollo y quienes todavía supeditan las metas nacionales a su egocéntrica agenda partidaria. Por lo demás, según la última encuesta de Ipsos-Apoyo que publicamos hoy, un gran porcentaje de ciudadanos está de acuerdo con el TLC, al que perciben como un instrumento de modernidad y desarrollo productivo y social.Estamos en una coyuntura histórica, que no puede ser desaprovechada y que finalmente nos remite a la urgente pero postergada reforma del Estado. Es con este enfoque que debemos acoger las reflexiones presidenciales para acabar con el perro del hortelano, que muchas veces está dentro del propio aparato público. En consonancia con ello, y dejando de lado celos partidarios, enfrentamientos o cualquier otro pretexto, nuestro Congreso tiene que seguir asumiendo su responsabilidad con el país.Así, entre las recetas para acabar con el perro del hortelano hay una serie de proyectos presentados por el Ejecutivo que el Congreso debe tratar con prioridad. Luego de aprobar, no sin dificultades, la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo, están pendientes otros proyectos para dinamizar la inversión en las comunidades campesinas, dar un bono de productividad a los trabajadores estatales, autorizar a los procuradores a transar en juicios y promover la venta de inmuebles públicos, entre otros.No perdamos la viada. Tenemos ya el TLC con Estados Unidos y vemos señales de entendimiento y estabilidad institucional que nos afianzarían en la senda el despegue económico. Al tiempo de enfatizar el gran reto del Gobierno y de los empresarios para incrementar la productividad y competitividad, dentro del marco de la economía social de mercado, volvemos la mirada al Congreso para que no se permita más derrapes, cabes ni traiciones al interés nacional por parte de grupúsculos que solo quieren llevar agua para sus molinos oscuros y retrógrados. El Perú está primero.(Edición domingo).