Hace poco más de un año, una huelga del sindicato de estibadores --similar a la que se ha vivido en los últimos días-- paralizó las actividades del puerto chalaco. Y como dijimos entonces, y repetimos ahora, ni estos paros pueden convertirse en práctica habitual ni tampoco pueden tolerarse los graves cuellos de botella que subsisten en la actual política portuaria.En el último paro, por ejemplo, ha quedado claro que el Gobierno prácticamente consintió la ilegalidad de la huelga de un sindicato que mantiene una pública y conocida vinculación con el Partido Aprista y, puntualmente, con el sector populista que lidera el congresista Luis Negreiros. ¿Escopeta de dos cañones?Lo que preocupa es la demora para resolver una crisis que no solo aqueja a las empresas exportadoras, que no pueden enviar al exterior sus mercancías, sino que afecta también el futuro laboral de sus trabajadores y la imagen del país de cara al mercado internacional.Satisface que, como correspondía, la mayoría de trabajadores portuarios resolverá ahora sus reclamos laborales directamente con sus empleadores y volverá a sus labores (aunque anoche, a la hora undécima, un grupo de estibadores aparentemente con pliego de reclamos sin resolver les impidió el ingreso al puerto).Hubiese sido nefasto que se siguiera alentando una indefinida e ineficaz negociación colectiva, cuando las empresas navieras más grandes ya han aceptado hacer incrementos salariales a la mayoría de trabajadores, sin la participación del sindicato.Pero así como tenemos que descalificar los cíclicos radicalismos del gremio de trabajadores portuarios, también debemos criticar la actitud del empresario José Chlimper, quien en un exabrupto inaceptable y despectivo calificó a los estibadores en huelga de "malnacidos" que se apoderaron del puerto. Incluso llegó a señalar que se ponía a disposición del presidente del Consejo de Ministros para acudir al Callao, portando su arma de fuego autorizada por la Dicscamec, para enfrentar a los huelguistas.Sustituir el diálogo por la diatriba y la ofensa no ayuda a resolver los graves problemas de fondo de los puertos peruanos. Por el contrario, a través de esta vía, solo se da pie a sectores obtusos, intransigentes y politizados que pueden truncar, bajo otros argumentos, la solución del problema portuario.