Resulta lamentable y paradójico que, para integrarnos a una economía moderna y globalizada, tengamos que importar también los malos ejemplos, como los subsidios estadounidenses y europeos.En los últimos días, en torno a las negociaciones del tratado de libre comercio con Estados Unidos, se ha abierto un debate tenso sobre la inclusión de subsidios gubernamentales a la agricultura, sin reparar en las graves distorsiones que se puede causar al fisco y a la economía en general.Peor aun, el titular del MEF ha mencionado una cifra de 100 millones de dólares para eso, pero los agricultores reclaman mucho más, lo que puede convertirse en una espiral nefasta e inacabable que termine echando a rodar los logros de los últimos años.Es cierto que en Estados Unidos y en Europa los subsidios son, históricamente, parte de su esquema económico. Aunque se trata de economías sólidas y distintas, los montos que absorben los subsidios son amenazadores: solo en la UE se llevan dos tercios del presupuesto.Por el contrario, debemos copiar lo bueno de la experiencia de otros países. Por ejemplo, la de Nueva Zelanda, que ha logrado desarrollar sectores agrarios exitosos sin tener que recurrir a grandes políticas de subsidios.Por lo demás, dentro de nuestro país tenemos muestras de lo que se puede hacer con una mentalidad abierta y competitiva, sin recurrir al enchufe estatal. Productos como los espárragos, las uvas y el mango, compiten sanamente, con escaso apoyo estatal y a pesar de los graves obstáculos de infraestructura.Todos estos son elementos que debieran tener en cuenta el Gobierno y los agricultores.Claro que habría que pensar en mecanismos para compensar, pero estos deben ser racionales y sobre todo temporales, para no introducir definitivamente un elemento tan desequilibrador como los subsidios, que atentan contra la competitividad y el libre mercado.Al mismo tiempo, sin embargo, tiene que ponerse en marcha el anunciado programa de reformas para modernizar el agro, así como mejorar la infraestructura de transporte.