Cuando no tenían armas, combatían con palos, machetes y piedras. Así, con enorme sacrificio, sudor y lágrimas, los llamados comités de autodefensa (CAD) impusieron el orden y se enfrentaron al terrorismo, sobre todo en jurisdicciones alejadas e inhóspitas, donde las Fuerzas Armadas y la PNP simplemente no podían llegar.Hoy, como ha informado El Comercio, se sienten abandonados y excluidos por el mismo Estado que se apoyó en su participación en los aciagos años de la lucha contra la subversión. El Gobierno tiene, pues, que incorporar a estos peruanos en las políticas y estrategias de defensa para, por ejemplo, enfrentar los remanentes del senderismo y, a su socio, el narcotráfico.Por ello, más que embargarles las armas que el Estado les entregó --como se ha anunciado--, lo que necesitan los CAD es más entrenamiento y capacitación, además de atención a sus necesidades básicas. Es decir, seguridad y defensa, y más bienestar social. No es justo olvidarse de quienes sirvieron al país, aunque haya sido desde el anonimato de sus lejanos y abandonados poblados. Y, por cierto, tampoco es útil ni práctico.