El protagonismo que ha cobrado la mujer en el mercado y economía nacionales es destacable. En los últimos 15 años, muchas mujeres han asumido responsabilidades y liderazgos impensados. En cifras, según la OIT, la participación femenina en el empleo urbano aumentó un 8% entre 1990 y el 2005, pasando del 31,9% a 40% del sector formal.Sin embargo, es claro que esa evolución positiva no es suficiente ni cubre las brechas que existen entre hombres y mujeres en el campo laboral, sea rural o urbano. Ello afecta todos los estamentos sociales indistintamente, pero es en el sector de los más humildes donde las desigualdades en términos salariales, de oportunidades y de responsabilidades resultan dramáticas.Terminar con estas inequidades de género demanda una voluntad del Estado para reorientar políticas públicas que no se queden en leyes declarativas a favor de la igualdad de derechos. Lo que se requiere son objetivos nacionales, que configuren metas, con indicadores medibles, orientados a dar a las mujeres las herramientas para desarrollarse con equidad. Una educación de calidad, que revalore su papel en la vida del país, es crucial en todo ello.