El Perú nunca fue un ejemplo de estabilidad política, sino un país con solidez macroeconómica que convivía con una política caótica. Hoy, ese frágil equilibrio se ha roto.La economía aún resiste, pero la confianza empresarial -y especialmente la minera- se desvanece. La causa no es el azar, sino una clase política que ha hecho del cortoplacismo, la confrontación y la improvisación su único plan de gobierno.Desde el 2016, el país ha tenido siete presidentes y decenas de gabinetes efímeros. Ninguno logró sostener una agenda coherente ni garantizar continuidad institucional.Esa inestabilidad, que ya se ha vuelto parte del paisaje nacional, ha destruido la reputación del Perú como destino confiable para las inversiones mineras, justo cuando el mundo vive una intensa carrera por los minerales estratégicos.La consecuencia es lapidaria: la República Democrática del Congo ha desplazado al Perú como segundo productor mundial de cobre, según el último informe del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP).