Por Diego Macera, director del Instituto Peruano de Economía (IPE).Entre la seguidilla de noticias sobre la inseguridad ciudadana, juicios a políticos prominentes, candidatos para las elecciones próximas y nuestra ya tradicional vacancia presidencial de cada año y medio o dos, ha pasado un poco desapercibido que al Perú le ha ido sorprendentemente bien este año en términos económicos. Mal que bien, por donde uno mire, las estadísticas van mejor de lo anticipado. El empleo formal privado viene creciendo al 6,5% por año, equivalente a cerca de 275.000 puestos de trabajo, suficiente para absorber a la gran mayoría de los jóvenes que se incorporan al mercado laboral cada año. Los sueldos promedio, aun descontados de inflación, también han mejorado. Las importaciones de insumos y de máquinas para producir -que reflejan bien el impulso empresarial del país- han crecido más de 15%, mientras que las importaciones de bienes duraderos para las familias -como electrodomésticos o ropa- alcanzan un sorprendente 28% de expansión. La lista se puede completar con alzas notables en el IGV, consumo de cemento, uso de boletas electrónicas, compra de vehículos, etc. Todo nos cuenta más o menos la misma historia. ¿Qué está pasando?Como siempre en estos temas complejos, no puede haber una sola explicación. Parte de la receta exitosa ha estado en un entorno macroeconómico favorable para el crecimiento. La inflación está bajo control y en la banda en la que el Banco Central de Reserva (BCR) se siente cómodo. Ello facilitó que las tasas de interés bajaran: la preferencial corporativa a tres meses, por ejemplo, se redujo casi a la mitad entre agosto del 2023 y octubre del 2025. Eso estimula inversiones. La caída del tipo de cambio -un fenómeno global- ayudó también a algunas industrias, sobre todo las que dependen de importaciones. Los precios del cobre y del oro por las nubes aportaron -y cualquier economista percibe que, de hecho, el país debería crecer aún más con ese impulso extra de los commodities-.(Edición domingo).