Por Gabriel Daly, gerente general de la Confiep.Hubo tensión, amenazas y censura. El aspirante presidencial Phillip Butters viajó a Juliaca con la intención de expresarse públicamente y ganar apoyos. Encontró, en cambio, una barrera violenta: le impidieron hablar. Incluso, según reportes, hubo un intento de linchamiento. No fue un episodio aislado, sino una advertencia inquietante de lo que ocurre cuando disentir se vuelve un riesgo cívico.Estamos viendo cómo quien sostiene una posición disonante frente a un grupo contrario suele ser despreciado, silenciado o, en el extremo, violentado. No es nuevo: en julio ocurrió algo similar cuando el grupo denominado La Resistencia se plantó frente a la vivienda de Rosa María Palacios. ¿Por qué entonces hubo indignación generalizada -en la prensa, entre los opinadores y en las redes- y ahora, ante lo de Juliaca, la reacción es más tibia?El doble rasero no requiere demasiada explicación. En Lima, o en ciertos círculos mediáticos, Palacios es una figura apreciada; Butters no goza de ese perfil ni de simpatía en varios sectores, en parte por sus posturas intransigentes y provocadoras. Pero el fondo es el mismo: quien se atreve a disentir y alza la voz queda expuesto.